viernes, 3 de octubre de 2014

El juicio de Osiris

Buenas tardes, amigos lectores. En la entrada de hoy voy a hablaros de uno de los dioses más populares y conocidos del antiguo Egipto.

El juicio de Osiris
Después de que el espíritu del difunto atravesara la Duat (inframundo) en un complicado viaje lleno de peligros, según se narra en el Libro de los muertos, se llegaba a la prueba última y más importante: el juicio de Osiris. El veredicto debía ser favorable al difunto si quería ganarse el derecho a disfrutar de la vida eterna en los campos de Ialu, el paraíso egipcio.
Osiris. Papiro de Hunefer. British Museum
Presidiendo la Sala de las Dos Verdades estaba el dios de los muertos, sentado sobre un trono al igual que un faraón, con el cayado y el flagelo en sus manos. Le acompañaban un tribunal de 42 dioses y, tras su trono, sus hermanas Isis y Neftis.
Anubis, el dios momificador, era el encargado de guiar al difunto ante ellos. Entonces, el muerto debía recitar las llamadas "confesiones negativas", recogidas en el capítulo 125 del Libro de los Muertos. Esto no era otra cosa que una lista de pecados que el fallecido negaba haber cometido mientras habitó el mundo de los vivos.
"No he cometido daños contra las personas,
no he maltratado el ganado,
no he pecado en el templo o necrópolis,
no he sabido lo que no debía saber,
no he hecho daño a nadie,
no he exigido nada que no fuera mi derecho,
no he blasfemado contra ningún dios,
no he robado al pobre,
no he hecho lo que los dioses aborrecen,
no he difamado a un sirviente ante su superior,
no he causado dolor,
no he hecho llorar a nadie,
no he matado ni ordenado a nadie matar,
no he provocado sufrimiento,
no he dañado las ofrendas del templo,
no he robado pan a los dioses,
no he robado pan a los difuntos,
no he cometido adulterio ni me he deshonrado a mí mismo,
no he falsificado las medidas,
no he robado leche de la boca de ningún niño..."
Pero a Osiris no le bastaba con esto; incluso los muertos pueden mentir. Para verificar las palabras del espíritu del fallecido se procedía al pesado del corazón del mismo. En una balanza se colocaban, por un lado, el mencionado órgano vital. Por otro, la pluma de Maat, diosa de la verdad. 
No obstante, los egipcios, que eran muy precavidos, no se fiaban ni de su propio corazón en un momento tan crucial. De modo que entre los muchos amuletos con que solían enterrarse se incluía uno en forma de escarabajo, colocado encima del corazón, con la siguiente inscripción:
"¡Oh, corazón, que obtuve de mi madre, no te pongas en mi contra, no actúes como testigo en mi contra, no te opongas a mí en el tribunal!"
Escarabajo de la tumba de Tutankhamón
Los sabios ojos de Thot no perdían detalle de todo lo que ocurría en este proceso, para ir apuntándolo todo en su paleta de escriba, registrando el resultado. Mientras tanto, el fallecido esperaba su veredicto. Si había dicho la verdad, nada debía de temer, pues el equilibrio en la balanza entre su corazón y la pluma de Maat le declararían "Justo de voz". Pero si había mentido y su corazón pesaba más que la pluma de la diosa, entonces debía despedirse de sus aspiraciones a la inmortalidad, pues la temible Amit "la devoradora" se comería su corazón y el espíritu del difunto se perdería en la nada, la no-existencia, la muerte definitiva y el olvido eterno.
Ammit, un terrible monstruo con cabeza de cocodrilo y cuerpo de león e hipopótamo
El difunto que era considerado apto para entrar en el paraíso de Osiris era conducido por Horus ante el dios, dando comienzo a su vida eterna, libre de dolor, enfermedad o hambre.
El Paraíso para los egipcios era una réplica del propio Egipto. Fuente: tripadvisor.es

Bibliografía: 
- FLETCHER, Joann. (2004): Egipto, el libro de la vida y la muerte. Ed. Círculo de Lectores. España, Barcelona.

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