domingo, 2 de mayo de 2021

Ser madre en el antiguo Egipto

"Cásate mientras seas joven, que ella haga un hijo para ti; ella debería tenerlo mientras seas joven".

El matrimonio:

Aunque en el antiguo Egipto las relaciones sexuales fuera del matrimonio -entre personas solteras- no estuvieran moralmente mal vistas, ni la virginidad de la novia fuera un requisito indispensable, lo habitual al alcanzar la edad adulta,  como vemos en las Instrucciones de Any, era casarse para formar una familia, que solía estar compuesta por el marido, su esposa y los hijos que tuvieran.

El concepto de matrimonio, sin embargo, era distinto al actual, pues no hacía falta ningún tipo de ceremonia civil ni religiosa para considerar casada a una pareja. Bastaba con que ambos empezaran a cohabitar bajo un mismo techo; generalmente era la mujer la que se trasladaba a una casa propiedad del hombre. El término egipcio para casarse es, de hecho, “establecer una casa”, “entrar en una casa”, o “vivir juntos”.

Es posible que los padres tuvieran cierto papel a la hora de establecer el matrimonio de sus hijos, como es el caso de un padre que, desconfiando de su futuro yerno, le hizo firmar un documento donde juraba que no abandonaría a su hija, o sería golpeado cien veces y desprovisto de las propiedades que adquiriera junto a ella. Aunque tampoco se puede descartar que, al menos en ocasiones, las mujeres pudieran elegir libremente a sus maridos. 

Sea como fuere, el fin principal del matrimonio era uno: tener descendencia. Este hecho era vital, pues no solo serían los hijos quienes cuidarían de sus padres cuando fuesen ancianos, sino que también serían los encargados de llevar a cabo el funeral y los ritos y ofrendas posteriores en la tumba de sus progenitores. Hasta tal punto era importante tener hijos, que la incapacidad para ello era motivo de divorcio.

La edad de los egipcios para casarse era muy temprana: unos veinte años para los hombres, y tras la primera menstruación para las mujeres, que pasarían gran parte de su vida fértil embarazadas.

 El funcionario Seneb junto a su familia. Reino Antiguo. Museo de El Cairo

A la búsqueda de un heredero:

La representación de la vida amorosa de los egipcios es escasa y menos explícita que en otras civilizaciones antiguas, como Grecia o Roma. Pero podemos saber algo de cómo fue gracias a fuentes como los poemas amorosos del Reino Nuevo, los óstraca y grafitos con escenas más explícitas, el llamado Papiro erótico de Turín, los exvotos y amuletos sexuales y las escasas referencias en mitos y literatura de la época.

Para seducir a sus maridos, las mujeres egipcias contaban con una serie de recursos, no muy distintos a los actuales, con los que embellecerse.

El cabello tenía una alta carga erótica; las egipcias podían utilizar postizos en forma de trenzas o pelucas enteras, que les cubrían los hombros y que eran adornadas con bellas diademas. Un poema del Reino Medio nos muestra el papel tan destacado del peinado en este juego de la seducción:

Mi corazón piensa en tu amor, mientras que sólo un lado de mi frente está trenzado. He venido corriendo a buscarte, y he descuidado mi peinado; me he soltado el pelo y me he puesto mi peluca para estar lista en cualquier momento.

La expresión “ponte la peluca” era entendida como una invitación al acto sexual.

Para depilarse el cuerpo contaban con cuchillas y cremas depilatorias, y para resaltar los rasgos más favorecedores y ocultar las imperfecciones usaban maquillaje.

Un buen perfume, joyas y un ajustado y sugerente vestido de lino completaban el atuendo usado por cualquier egipcia para seducir a su amado.

Pero si la seducción no bastaba para motivar al marido, los antiguos egipcios contaban con  varios remedios para poder cumplir con sus esposas, sobre todo en los casos en que un hombre mayor volvía a casarse con una mujer mucho más joven. Poner remedio a la impotencia era de vital importancia, sobre todo en el caso de que aún no se hubiera tenido descendencia, pues, aunque como último recurso se podía optar por la adopción, el hombre egipcio sentía como una herida en su orgullo propio no poder dejar embarazada a su mujer.

El uso de afrodisíacos está atestiguado en los textos, como este del s. III d.C.:

Cómo hacer que una mujer ame a su marido. Machaca semillas de acacia con miel, unta tu falo con esto y duerme con la mujer.

Por si esto no fuera suficiente, los egipcios recurrían a los dioses. Cada hogar contaba con un pequeño altar donde se rendía culto a las divinidades propiciadoras de la fecundidad y protectoras de las embarazadas, como el enano Bes y la diosa hipopótamo Taueret, así como a Hathor,  la diosa del amor.

El dios enano Bes (izquierda) y la diosa hipopótamo Taueret (derecha)

Además, los matrimonios deseosos de expandir la familia ofrecían en el templo exvotos fálicos y pequeñas estatuillas de mujeres desnudas, con los genitales muy marcados, con la esperanza de aumentar su fertilidad. 

Si todo esto resultaba finalmente inútil debido a que uno de los cónyuges (o ambos) fuesen estériles, y en caso de no querer disolver el matrimonio, las parejas egipcias podían recurrir a la adopción.

"Quien no tiene hijos adopta a un huérfano en vez de criarlo. Es su responsabilidad verter agua sobre tus manos como las del propio hijo mayor de uno". Carta del escriba Nejemmut.

Estos hijos adoptivos serían, al igual que los biológicos, los herederos de los bienes de sus padres y los encargados de organizar el enterramiento y culto funerario de sus padres adoptivos.

La reina Ahmes embarazada de Hatshepsut. Deir el Bahari.

¿Estaré embarazada?

Los egipcios eran conscientes de que para conseguir que una mujer quedara encinta era necesario el coito. Igualmente, conocían la relación existente entre la ausencia de la menstruación y el embarazo y el papel que jugaba el semen, como vemos en el mito de Isis y Osiris:

Isis viene a ti (Osiris) regocijándose de amor por ti. Tú la has colocado sobre tu falo y tu semilla se deposita dentro de ella.

Pero además de la interrupción de la menstruación, los egipcios disponían de otras pruebas para comprobar que una mujer fuera a tener un hijo, que nos han llegado en los llamados papiros médico-mágicos, como la que indicaba lo siguiente:

Pondrás cebada y trigo en dos sacos de tela que la mujer regará con su orina cada día, y también pondrás dátiles y arena en los dos sacos. Si la cebada germina primero, será un niño. Si el trigo lo hace antes, será una niña. Si no germinan ninguno de los dos, la mujer no dará a luz.

Es decir, no solo disponían de pruebas de embarazo, sino que podían conocer el sexo de su futuro hijo. Si bien esto último no solía acertar, se ha demostrado en laboratorio que, efectivamente, las semillas germinaban en más del 50% de los casos cuando fueron regadas con orina de mujeres embarazadas, mientras que con la de hombres o mujeres no embarazadas, no lo hacían.

Una vez confirmado el embarazo, la egipcia sabía que su vida podía estar en peligro, por lo que se protegía con amuletos para ahuyentar los peligros.

Preocupadas siempre por su aspecto, especialmente las aristócratas, también usaban durante los meses de gestación remedios para evitar las indeseadas estrías, consistentes en aceites, que se guardaban en vasijas con forma de mujer embarazada.

El parto:

Llegado el momento de dar a luz, la parturienta se retiraba a una habitación de la casa construida especialmente para ello, el pabellón del nacimiento, ubicada en el jardín o en la azotea, que estaba decorada con imágenes de los dioses Bes y Taueret, protectores de las embarazadas. Columnas de madera con forma de tallos de papiro recordaban la marisma donde Isis dio a luz a Horus. En esta habitación había una cama, cojines y objetos de aseo, entre otras cosas, que serían usados por la madre durante los primeros días tras el nacimiento de su hijo. Era costumbre que ambos, en caso de sobrevivir, pasaran catorce días recluidos y apartados de la comunidad para purificarse.

 Colmillo de hipopótamo tallado con inscripciones mágicas protectoras y figuras de dioses. Se colocaba cerca de la madre durante y tras el parto.

La mujer era atendida en todo momento por dos matronas, sin que el médico tuviese participación alguna en el acontecimiento. Desnuda y con el pelo suelto, la egipcia paría de cuclillas para favorecer la salida del niño, apoyándose sobre dos o cuatro ladrillos anchos, mientras era sujetada por una comadrona y otra esperaba la salida del bebé. En ocasiones, también podía usarse un “taburete de nacimiento”, que tenía un agujero para que pasase el feto. Este era recogido por una de las comadronas, que procedía después a cortarle el cordón umbilical y lavarlo antes de presentarlo a la madre.

Durante todo el proceso no dejaban de recitarse conjuros para que los dioses ayudasen a la “separación del niño del vientre de la madre”, o bien para acelerar el parto cuando este se prolongaba demasiado, poniendo en riesgo la vida de la madre y del hijo.

Tras el parto, el recién nacido recibía su nombre y el padre solicitaba en el templo el horóscopo de su hijo, para saber si había nacido en un día fasto o nefasto y qué le deparaba, por tanto, el porvenir.

Dos hombres ayudan a una parturienta. Tumba de Ankhmahor

La infancia y crianza de los hijos:

Si bien los hijos varones eran en general más deseados que las niñas debido a que los primeros serían los encargados de sepultar a sus padres, en Egipto niños y niñas fueron criados y cuidados con el mismo amor por sus progenitores.

De igual manera se esperaba que los vástagos cuidaran de sus padres, especialmente al alcanzar la vejez, como vemos en el siguiente texto de las Instrucciones del escriba Any:

Duplica el pan que tu madre te ha dado. Ella se ha hecho cargo de ti y no te ha abandonado, cuando naciste, después de tus meses (de gestación). Ella te ha llevado en brazos, metiendo sus pezones en tu boca durante tres años. Aun siendo fuerte su asco por tus excrementos, no ha mostrado el menor disgusto.

A pesar de lo que nos diga el texto, las mujeres de la aristocracia y la realeza tenían nodrizas y niñeras para alimentar y cuidar a sus pequeños, mientras que las madres de las capas sociales inferiores sí alimentarían ellas mismas a sus hijos, que muchas veces las acompañaban mientras realizaban las tareas del hogar, como vemos en la imagen. 

Pero perteneciesen a un grupo social u otro, todo niño era una posible víctima de las fuerzas del mal, por lo cual sus madres les colgaban del cuello amuletos en forma de divinidades protectoras o de cilindros que contenían hechizos para alejar la muerte de sus pequeños. A pesar de ello, la tasa de mortalidad infantil fue siempre muy alta, especialmente en el momento en que se destetaba al niño, en torno a los tres o cuatro años.

Si conseguían sobrevivir, pasaban sus primeros años de vida junto a su madre. Cuando crecían, los varones empezaban a trabajar y a aprender el oficio de su padre, y las mujeres a atender las labores del hogar.

Los más privilegiados podían asistir a la escuela para aprender a leer y escribir.

Aborto, anticonceptivos e hijos ilegítimos

A pesar de que los hijos eran muy deseados en la sociedad egipcia, en algunas circunstancias se podía preferir retrasar o evitar el embarazo.

Para ello los egipcios contaban con varios métodos anticonceptivos. Además de practicar el sexo anal en lugar del vaginal, o prolongar la lactancia, los papiros médico-mágicos nos hablan de varios remedios para evitar quedarse encinta, que no siempre resultaban eficaces. Consistían en preparados de distintos ingredientes que se ponían dentro de la vagina. Según el Papiro Kahun estos se podían elaborar en base a miel mezclada con un poco de natrón (sal de carbonato). O bien a través del uso de excremento de cocodrilo y leche agria. También se usaba la resina de acacia, productora de ácido láctico, como espermicida.

Pero si esto no daba resultado, el último recurso era el aborto, para el cual el Papiro Ebers indica:

Sal del Bajo Egipto: 1 medida; trigo almidonero blanco: 1 medida; caña hembra (?) 1; vendar el bajo vientre con esto.

No obstante, hay que decir que el sexo prematrimonial no estaba condenado moralmente, ni tampoco el hecho de ser madre soltera, pues esto dejaba claro a un posible pretendiente que la mujer en cuestión era capaz de tener hijos.

Por tanto, no hay pruebas de la existencia del concepto “hijo ilegítimo”, ni de que se estigmatizara a un individuo por sus orígenes bastardos.

Madre peinando a su hija

*Artículo publicado originalmente en Egiptología 2.0 nº 3 (abril 2016).

Bibliografía:

-JACQ, Christian (2000): Las egipcias. Ed. Planeta. España, Barcelona.

-ROBINS, Gay (1996): Las mujeres en el antiguo Egipto. Ed. Akal. España, Madrid.

-PARRA, José Miguel (2015): La vida cotidiana en el antiguo Egipto. Ed. La esfera de los libros. España, Madrid.

        -(2001): La vida amorosa en el antiguo Egipto. Ed. Alderabán.             España, Madrid.

-CIMMINO, Franco (2002): Vida cotidiana de los egipcios. Ed. Edaf. España, Madrid.


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