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domingo, 9 de mayo de 2021

Crítica de "La momia III: La tumba del emperador dragón"

Corría el verano de 1999 cuando fui al cine con mi familia a ver "La momia". Por entonces aún no había empezado mi "egiptomanía" -ya os he hablado de cómo comenzó aquí-, pero mi yo de diez años salió fascinada del cine y estuve días jugando a ser una princesa con la piel pintada de oro. 

Dos años después, esperé con ansias el estreno de la segunda parte, "El regreso de la momia", que, aunque no era tan buena como la primera, aún conservaba esa esencia que tanto me gustó. 

En 2008 se estrenó esta que hoy os voy a reseñar, dirigida por Rob Cohen, en lugar de Stephen Sommers. Nunca me entusiasmó, si os soy sincera, por dos principales razones: el cambio de escenario a China y que Rachel Weisz no repitiera como Evelyn. Sin embargo, era una peli más de una de mis sagas favoritas, así que fui a verla. 

No me gustó. De hecho, no la había vuelto a ver hasta ayer (incluso la momia de Tom Cruise, que tenéis reseñada aquí, me gustó más). La he vuelto a ver para comprobar si me seguía pareciendo tan mala y, de ser así, porqué. 

Aviso, esta reseña contendrá spoilers.

Sinopsis: condenados por una perversa bruja a permanecer en estado de muerte aparente para siempre, el despiadado emperador chino Dragón y sus diez mil guerreros han reposado durante siglos en su tumba de barro cual ejército de terracota. Cuando le exigen al joven aventurero y arqueólogo Alex O' Connell que despierte de su sueño eterno al temible gobernante, no tendrá más remedio que consultar a sus padres: las únicas personas expertas en no muertos. Cuando el monarca regresa a la vida, su afán de dominio no tiene límites y, usando sus poderes sobrenaturales, se lanzará con sus tropas a la conquista del Lejano Oriente, a menos que los O' Connell encuentren la forma de impedírselo.

La cara de Rick O' Connell cuando se dio cuenta de que esa no era su mujer

Ya desde el comienzo algo me falla en esta película, y es la música, que era parte fundamental de las dos primeras partes de la saga; estoy escribiendo la reseña mientras escucho el soundtrack de la primera momia, y no hay color. Ese inicio con el sol brillando sobre la pirámide o el ejército del rey Escorpión en "El regreso de la momia" con esa hermosa música y la narración de Ardeth Bay, consiguieron pegarme a la butaca y hacerme estar atenta a la pantalla desde el minuto uno. En la tercera parte no me pasó eso. La música me pasó totalmente desapercibida.

Ardeth Bay (Oded Fher) se te echa de menos

Como en las anteriores películas, en "La momia" III se nos cuenta en un flashback el origen de la maldición del villano, el emperador Dragón, que para mí no tiene ni pizca del carisma que tenía Arnold Vosloo como Imhotep, ni la bruja me cautiva como lo hizo la bella y ambiciosa Anck-su-Namun de Patricia Velásquez. El sacerdote egipcio tenía una motivación muy clara y humana para hacer todo lo que hizo -el amor-, y a pesar de las tropelías que cometió, todos podíamos empatizar con él en cierta forma; aún me sigue doliendo su expresión de derrota cuando su amada le deja tirado al final de la segunda parte y él se rinde y se deja caer al abismo. Sin embargo, el emperador Dragón es malo porque sí, solo le mueve la ambición. Además, sorprendentemente Jet Li tiene menos expresividad cuando actúa como humano que cuando le convierten en estatua de terracota. 

Al quedar su cuerpo encerrado en esa prisión de barro por la maldición de la bruja supongo que su cadáver se momificó de forma natural. Y listo, ya podemos llamar a esta película "La momia". Muy pillado con pinzas, pero supongo que al director y guionista les pareció suficiente para seguir explotando esta saga que debería haberse terminado en la segunda película.

Leí que cambiaron el escenario de Egipto a China porque en 2008 se celebraban allí los JJ.OO., y eso les daría más publicidad. No sé sí será del todo cierto, pero ya que iban a hacer una película de una saga sobre momias, al menos podían haber elegido un país con amplia tradición en momias, como Perú (como, de hecho, se insinúa al final de esta película). Pero poderoso caballero es Don Dinero...

El villano de la tercera es, prácticamente, un botijo de barro. Imhotep we miss you 💖

Viajamos después a la época de los O' Connell, que viven en su mansión en la Inglaterra de postguerra. Rick se aburre en esa nueva y acomodada vida, y añora los tiempos en que corría aventuras por Egipto. Ahora pesca. A tiros. Bueno, bien. Muy Rick O' Connell, aún no se ha llegado a la parodia, pero, por desgracia, se llegará.

Rick O' Connell intentando demostrar lo Rick O' Connell que puede llegar a ser

Evie, a pesar de que los eruditos de Bembridge le pedían en la segunda peli que fuera la directora del Museo Británico, ahora se gana la vida escribiendo novelas de romance y aventuras a lo Diana Gabaldón, pero ha perdido la inspiración. Y yo lo siento mucho, pero si cuando me cambian al actor de doblaje ya me salgo de la historia, si además me cambias a la actriz principal, no puedo creerme que ese sea el personaje. No veo a Evelyn, veo a una señora que intenta imitar los gestos y expresiones de Rachel Weisz, pero no funciona.

Maria Bello sustituyó a Rachel Weisz como la ingenua pero valiente Evelyn

Si al menos hubiesen elegido a una actriz más parecida físicamente, pero es que se parecen como un huevo a una castaña. Y yo solo puedo pensar que esa señora le está intentando robar el marido a la otra.

Los otros dos personajes en común con las anteriores películas son, por una parte, Alex, el hijo de los O' Connell, que ya es un adulto y se dedica a buscar tesoros como hicieron sus padres. De hecho, es él quien descubre la tumba del emperador Dragón. Por tanto, se produce un relevo generacional, quizás en un intento de seguir explotando la saga más adelante con este personaje, pero dado el fracaso en taquilla, no se siguió adelante. Creo que fue un error darle más importancia al hijo en detrimento de la pareja protagonista de las anteriores películas, con las que el público ya se había encariñado. Sobre todo porque el personaje resulta demasiado soberbio y sus daddy issuess para crear conflicto en la trama resultan superficiales e incoherentes, ya que en la segunda parte Rick y él eran uña y carne. 

Por otra parte, está Jonathan, que ahora tiene un bar en China llamado "Imhotep" (otra referencia a las anteriores pelis). Este personaje era un caradura bastante bobalicón y servía, principalmente, para meter alguna broma básica, pero graciosa. Pero en esta tercera parte lo han convertido directamente en un payaso irrelevante que no aporta nada a la trama.

El expresivo actor Jet Li

El despertar del villano no es tan impactante y sorprendente como la primera vez que vemos esa momia de Imhotep empezar a moverse después de que Evelyn lea el Libro de los muertos. Aquí, de hecho, le despiertan por un tropezón, literalmente.

He echado mucho en falta que el villano y los protagonistas interactúen más y tengan ese pique que tenían Imhotep y O' Connell o esa química con Evelyn. En la Momia III parece que al matrimonio el emperador Dragón, hablando claro, les suda los c******. Rick está más ocupado discutiendo con su hijo, y Evelyn intentando averiguar si la chica nueva le hace tilín.

Otro fallo de esta película -que recordemos que se llama La momia- es que casi no se ve al villano como momia, excepto en algún momento que se le rompe el cascarón de terracota. Pero, a pesar de ello, los personajes repiten hasta la saciedad que están hartos de momias, que tienen mucha experiencia despertando momias, que qué malas son las momias... Momias, momias, momias, todo el rato en sus bocas -pero apenas en pantalla- en una maldita película que se llama "La momia". Yo creo que si el director tiene que hacer que sus personajes hagan continuas referencias a las otras partes de la saga, quizás sea porque no confía en la calidad de su trabajo.

El "amor prohibido" de la bruja y el militar no me convenció tanto como el de Imhotep y la concubina del faraón.

Los nuevos personajes (los militares chinos, la bruja y su hija, Perro Loco) me han resultado tan planos e irrelevantes que ni me acuerdo de sus nombres. No tienen el carisma ni el peso en la trama que tenían Ardeth Bay, Beni o los pistoleros americanos de la primera, por ejemplo. La chica está metida con calzador como interés romántico de Alex, pero no tienen ni mucho menos la química ni la calidad actoral de Rachel Weisz y Brendan Fraser, así que su historia de amor me resulta irrelevante e innecesaria. 

Una de las características de la primera película, que la segunda respetaba, era la mezcla de aventuras, romance, terror y humor. En dos horas de duración vivíamos momentos de acción, momentos más emotivos, momentos de tensión... así que el ritmo no decaía, ni resultaban aburridas. Pero esta tercera parte, sin embargo, me ha llegado a aburrir hasta el punto de mirar cada poco cuánto quedaba para que acabase. 

No he empatizado con los personajes porque el guion está tan mal escrito y los personajes tan mal desarrollados, que esas personas  que amé en las dos primeras películas se convierten en parodias de sí mismos: Rick es un payaso fanfarrón, que mantiene una lucha de egos con su propio hijo (llegan a bromear con que es más importante que una pistola sea resistente a que sea grande...), Jonathan es idiota perdido y Evelyn ha perdido esa ingenuidad y ese aire de "marisabidilla" adorable que la hacía única. El nuevo villano es básicamente un muñeco de barro, muy mal actuado, que aparece de vez en cuando, apenas interactúa con los personajes para pelearse un poco, se convierte en bicharracos... y al final es derrotado por padre e hijo en una escena que me ha dejado totalmente fría. Será que no puedo empatizar con las motivaciones de un botijo.

En "La momia" y "el regreso de la momia" el humor y los gags son algo bobos e ingenuos, pero efectivos, porque no cansan. Sin embargo, en la tercera parte eso se convierte en un humor básico, con chistes constantes que no harían gracia ni a un niño y que ha conseguido hacerme poner los ojos en blanco varias veces de lo absurdo que era. Por ejemplo, la escena al final de "La momia" en la que Jonathan le pregunta al camello si quiere un besito -mientras Rick y Evelyn se besan- es boba, pero graciosa, porque no se abusa de este tipo de gags. Pero la escena de la 3 en la que la vaca vomita encima de Jonathan porque se marea en el avión, y Evelyn pregunta qué es esa peste resulta patética; y así hay muchas más. 

Un yeti cabreao

La Momia III carece de grandes escenas memorables (como la lucha de Anck-su-namun y Nefertiri, o la tormenta de arena con la cara de Imhotep, entre otras), ni elementos icónicos fácilmente reconocibles como los Libros de Amón Ra (que incluso apareció en La momia de Tom Cruise) y el de los Muertos o el brazalete de Anubis.

En cuanto a los efectos especiales, no me han parecido lo mejor, pero en las otras películas tampoco eran espectaculares, así que se lo perdono. Pero si ya me pareció un poquito descabellado el mostrenco de CGI del rey Escorpión, aquí el repertorio de monstruos ya se les va de las manos: los yetis con carita de peluche, el dragón de tres cabezas, el otro que no sé como se llama... La escena de los yetis es de vergüenza ajena.

Por muchas explosiones, estallidos, cosas volando por los aires, monstruos, etc., que metan en la trama, si la historia aburre y no emociona, esa epicidad y espectacularidad no sirven de nada. "La momia" tiene unos efectos especiales tirando a malos (también hay que tener en cuenta que tiene más de 20 años) pero la historia es buena, los personajes están bien escritos, el ritmo de la trama no decae, alternando escenas de más acción y otras más emotivas, de manera que, aunque las pirámides se vean bastante falsas, no le resta interés a la película (si acaso, le da cierto encanto nostálgico). Pero si la historia es un petardo, con tramas que no enganchan ni te hacen empatizar con los personajes, porque estos son una parodia de lo que fueron, me da igual que me repitas 200 veces que es una continuación de las dos primeras de la momia, esta nueva no me va a gustar como las otras. Ni a mí ni a casi nadie, porque fue un fracaso en taquilla.

En resumen, "La momia III: la tumba del emperador Dragón" no es una digna sucesora de sus hermanas; de la misma manera, María Bello nunca será Evelyn O' Connell, por mucho que lo intente. Esta actriz, al igual que el director y el guionista, intentan imitar lo que hacía únicas a las anteriores películas y a sus personajes, pero no lo consiguen. La Momia III no tiene la esencia, el "alma", de las anteriores.

Así de hecha polvo me siento yo después de ver esta película

Lo que más me ha gustado: la escena en la que la bruja resucita a los esclavos enterrados bajo la Gran muralla para enfrentarse al ejército del emperador (aunque más que momias, serían zombis).

Lo que menos me ha gustado: cambiar a un villano poderoso y carismático como Imhotep por un botijo. El humor chabacano y lo parodiados que están los personajes.

Si aún no habéis visto esta película, os recomiendo ver en su lugar el "Desfile dorado de los faraones", que tiene más de "La momia" que esta tercera y (espero) última parte.

domingo, 2 de mayo de 2021

Ser madre en el antiguo Egipto

"Cásate mientras seas joven, que ella haga un hijo para ti; ella debería tenerlo mientras seas joven".

El matrimonio:

Aunque en el antiguo Egipto las relaciones sexuales fuera del matrimonio -entre personas solteras- no estuvieran moralmente mal vistas, ni la virginidad de la novia fuera un requisito indispensable, lo habitual al alcanzar la edad adulta,  como vemos en las Instrucciones de Any, era casarse para formar una familia, que solía estar compuesta por el marido, su esposa y los hijos que tuvieran.

El concepto de matrimonio, sin embargo, era distinto al actual, pues no hacía falta ningún tipo de ceremonia civil ni religiosa para considerar casada a una pareja. Bastaba con que ambos empezaran a cohabitar bajo un mismo techo; generalmente era la mujer la que se trasladaba a una casa propiedad del hombre. El término egipcio para casarse es, de hecho, “establecer una casa”, “entrar en una casa”, o “vivir juntos”.

Es posible que los padres tuvieran cierto papel a la hora de establecer el matrimonio de sus hijos, como es el caso de un padre que, desconfiando de su futuro yerno, le hizo firmar un documento donde juraba que no abandonaría a su hija, o sería golpeado cien veces y desprovisto de las propiedades que adquiriera junto a ella. Aunque tampoco se puede descartar que, al menos en ocasiones, las mujeres pudieran elegir libremente a sus maridos. 

Sea como fuere, el fin principal del matrimonio era uno: tener descendencia. Este hecho era vital, pues no solo serían los hijos quienes cuidarían de sus padres cuando fuesen ancianos, sino que también serían los encargados de llevar a cabo el funeral y los ritos y ofrendas posteriores en la tumba de sus progenitores. Hasta tal punto era importante tener hijos, que la incapacidad para ello era motivo de divorcio.

La edad de los egipcios para casarse era muy temprana: unos veinte años para los hombres, y tras la primera menstruación para las mujeres, que pasarían gran parte de su vida fértil embarazadas.

 El funcionario Seneb junto a su familia. Reino Antiguo. Museo de El Cairo

A la búsqueda de un heredero:

La representación de la vida amorosa de los egipcios es escasa y menos explícita que en otras civilizaciones antiguas, como Grecia o Roma. Pero podemos saber algo de cómo fue gracias a fuentes como los poemas amorosos del Reino Nuevo, los óstraca y grafitos con escenas más explícitas, el llamado Papiro erótico de Turín, los exvotos y amuletos sexuales y las escasas referencias en mitos y literatura de la época.

Para seducir a sus maridos, las mujeres egipcias contaban con una serie de recursos, no muy distintos a los actuales, con los que embellecerse.

El cabello tenía una alta carga erótica; las egipcias podían utilizar postizos en forma de trenzas o pelucas enteras, que les cubrían los hombros y que eran adornadas con bellas diademas. Un poema del Reino Medio nos muestra el papel tan destacado del peinado en este juego de la seducción:

Mi corazón piensa en tu amor, mientras que sólo un lado de mi frente está trenzado. He venido corriendo a buscarte, y he descuidado mi peinado; me he soltado el pelo y me he puesto mi peluca para estar lista en cualquier momento.

La expresión “ponte la peluca” era entendida como una invitación al acto sexual.

Para depilarse el cuerpo contaban con cuchillas y cremas depilatorias, y para resaltar los rasgos más favorecedores y ocultar las imperfecciones usaban maquillaje.

Un buen perfume, joyas y un ajustado y sugerente vestido de lino completaban el atuendo usado por cualquier egipcia para seducir a su amado.

Pero si la seducción no bastaba para motivar al marido, los antiguos egipcios contaban con  varios remedios para poder cumplir con sus esposas, sobre todo en los casos en que un hombre mayor volvía a casarse con una mujer mucho más joven. Poner remedio a la impotencia era de vital importancia, sobre todo en el caso de que aún no se hubiera tenido descendencia, pues, aunque como último recurso se podía optar por la adopción, el hombre egipcio sentía como una herida en su orgullo propio no poder dejar embarazada a su mujer.

El uso de afrodisíacos está atestiguado en los textos, como este del s. III d.C.:

Cómo hacer que una mujer ame a su marido. Machaca semillas de acacia con miel, unta tu falo con esto y duerme con la mujer.

Por si esto no fuera suficiente, los egipcios recurrían a los dioses. Cada hogar contaba con un pequeño altar donde se rendía culto a las divinidades propiciadoras de la fecundidad y protectoras de las embarazadas, como el enano Bes y la diosa hipopótamo Taueret, así como a Hathor,  la diosa del amor.

El dios enano Bes (izquierda) y la diosa hipopótamo Taueret (derecha)

Además, los matrimonios deseosos de expandir la familia ofrecían en el templo exvotos fálicos y pequeñas estatuillas de mujeres desnudas, con los genitales muy marcados, con la esperanza de aumentar su fertilidad. 

Si todo esto resultaba finalmente inútil debido a que uno de los cónyuges (o ambos) fuesen estériles, y en caso de no querer disolver el matrimonio, las parejas egipcias podían recurrir a la adopción.

"Quien no tiene hijos adopta a un huérfano en vez de criarlo. Es su responsabilidad verter agua sobre tus manos como las del propio hijo mayor de uno". Carta del escriba Nejemmut.

Estos hijos adoptivos serían, al igual que los biológicos, los herederos de los bienes de sus padres y los encargados de organizar el enterramiento y culto funerario de sus padres adoptivos.

La reina Ahmes embarazada de Hatshepsut. Deir el Bahari.

¿Estaré embarazada?

Los egipcios eran conscientes de que para conseguir que una mujer quedara encinta era necesario el coito. Igualmente, conocían la relación existente entre la ausencia de la menstruación y el embarazo y el papel que jugaba el semen, como vemos en el mito de Isis y Osiris:

Isis viene a ti (Osiris) regocijándose de amor por ti. Tú la has colocado sobre tu falo y tu semilla se deposita dentro de ella.

Pero además de la interrupción de la menstruación, los egipcios disponían de otras pruebas para comprobar que una mujer fuera a tener un hijo, que nos han llegado en los llamados papiros médico-mágicos, como la que indicaba lo siguiente:

Pondrás cebada y trigo en dos sacos de tela que la mujer regará con su orina cada día, y también pondrás dátiles y arena en los dos sacos. Si la cebada germina primero, será un niño. Si el trigo lo hace antes, será una niña. Si no germinan ninguno de los dos, la mujer no dará a luz.

Es decir, no solo disponían de pruebas de embarazo, sino que podían conocer el sexo de su futuro hijo. Si bien esto último no solía acertar, se ha demostrado en laboratorio que, efectivamente, las semillas germinaban en más del 50% de los casos cuando fueron regadas con orina de mujeres embarazadas, mientras que con la de hombres o mujeres no embarazadas, no lo hacían.

Una vez confirmado el embarazo, la egipcia sabía que su vida podía estar en peligro, por lo que se protegía con amuletos para ahuyentar los peligros.

Preocupadas siempre por su aspecto, especialmente las aristócratas, también usaban durante los meses de gestación remedios para evitar las indeseadas estrías, consistentes en aceites, que se guardaban en vasijas con forma de mujer embarazada.

El parto:

Llegado el momento de dar a luz, la parturienta se retiraba a una habitación de la casa construida especialmente para ello, el pabellón del nacimiento, ubicada en el jardín o en la azotea, que estaba decorada con imágenes de los dioses Bes y Taueret, protectores de las embarazadas. Columnas de madera con forma de tallos de papiro recordaban la marisma donde Isis dio a luz a Horus. En esta habitación había una cama, cojines y objetos de aseo, entre otras cosas, que serían usados por la madre durante los primeros días tras el nacimiento de su hijo. Era costumbre que ambos, en caso de sobrevivir, pasaran catorce días recluidos y apartados de la comunidad para purificarse.

 Colmillo de hipopótamo tallado con inscripciones mágicas protectoras y figuras de dioses. Se colocaba cerca de la madre durante y tras el parto.

La mujer era atendida en todo momento por dos matronas, sin que el médico tuviese participación alguna en el acontecimiento. Desnuda y con el pelo suelto, la egipcia paría de cuclillas para favorecer la salida del niño, apoyándose sobre dos o cuatro ladrillos anchos, mientras era sujetada por una comadrona y otra esperaba la salida del bebé. En ocasiones, también podía usarse un “taburete de nacimiento”, que tenía un agujero para que pasase el feto. Este era recogido por una de las comadronas, que procedía después a cortarle el cordón umbilical y lavarlo antes de presentarlo a la madre.

Durante todo el proceso no dejaban de recitarse conjuros para que los dioses ayudasen a la “separación del niño del vientre de la madre”, o bien para acelerar el parto cuando este se prolongaba demasiado, poniendo en riesgo la vida de la madre y del hijo.

Tras el parto, el recién nacido recibía su nombre y el padre solicitaba en el templo el horóscopo de su hijo, para saber si había nacido en un día fasto o nefasto y qué le deparaba, por tanto, el porvenir.

Dos hombres ayudan a una parturienta. Tumba de Ankhmahor

La infancia y crianza de los hijos:

Si bien los hijos varones eran en general más deseados que las niñas debido a que los primeros serían los encargados de sepultar a sus padres, en Egipto niños y niñas fueron criados y cuidados con el mismo amor por sus progenitores.

De igual manera se esperaba que los vástagos cuidaran de sus padres, especialmente al alcanzar la vejez, como vemos en el siguiente texto de las Instrucciones del escriba Any:

Duplica el pan que tu madre te ha dado. Ella se ha hecho cargo de ti y no te ha abandonado, cuando naciste, después de tus meses (de gestación). Ella te ha llevado en brazos, metiendo sus pezones en tu boca durante tres años. Aun siendo fuerte su asco por tus excrementos, no ha mostrado el menor disgusto.

A pesar de lo que nos diga el texto, las mujeres de la aristocracia y la realeza tenían nodrizas y niñeras para alimentar y cuidar a sus pequeños, mientras que las madres de las capas sociales inferiores sí alimentarían ellas mismas a sus hijos, que muchas veces las acompañaban mientras realizaban las tareas del hogar, como vemos en la imagen. 

Pero perteneciesen a un grupo social u otro, todo niño era una posible víctima de las fuerzas del mal, por lo cual sus madres les colgaban del cuello amuletos en forma de divinidades protectoras o de cilindros que contenían hechizos para alejar la muerte de sus pequeños. A pesar de ello, la tasa de mortalidad infantil fue siempre muy alta, especialmente en el momento en que se destetaba al niño, en torno a los tres o cuatro años.

Si conseguían sobrevivir, pasaban sus primeros años de vida junto a su madre. Cuando crecían, los varones empezaban a trabajar y a aprender el oficio de su padre, y las mujeres a atender las labores del hogar.

Los más privilegiados podían asistir a la escuela para aprender a leer y escribir.

Aborto, anticonceptivos e hijos ilegítimos

A pesar de que los hijos eran muy deseados en la sociedad egipcia, en algunas circunstancias se podía preferir retrasar o evitar el embarazo.

Para ello los egipcios contaban con varios métodos anticonceptivos. Además de practicar el sexo anal en lugar del vaginal, o prolongar la lactancia, los papiros médico-mágicos nos hablan de varios remedios para evitar quedarse encinta, que no siempre resultaban eficaces. Consistían en preparados de distintos ingredientes que se ponían dentro de la vagina. Según el Papiro Kahun estos se podían elaborar en base a miel mezclada con un poco de natrón (sal de carbonato). O bien a través del uso de excremento de cocodrilo y leche agria. También se usaba la resina de acacia, productora de ácido láctico, como espermicida.

Pero si esto no daba resultado, el último recurso era el aborto, para el cual el Papiro Ebers indica:

Sal del Bajo Egipto: 1 medida; trigo almidonero blanco: 1 medida; caña hembra (?) 1; vendar el bajo vientre con esto.

No obstante, hay que decir que el sexo prematrimonial no estaba condenado moralmente, ni tampoco el hecho de ser madre soltera, pues esto dejaba claro a un posible pretendiente que la mujer en cuestión era capaz de tener hijos.

Por tanto, no hay pruebas de la existencia del concepto “hijo ilegítimo”, ni de que se estigmatizara a un individuo por sus orígenes bastardos.

Madre peinando a su hija

*Artículo publicado originalmente en Egiptología 2.0 nº 3 (abril 2016).

Bibliografía:

-JACQ, Christian (2000): Las egipcias. Ed. Planeta. España, Barcelona.

-ROBINS, Gay (1996): Las mujeres en el antiguo Egipto. Ed. Akal. España, Madrid.

-PARRA, José Miguel (2015): La vida cotidiana en el antiguo Egipto. Ed. La esfera de los libros. España, Madrid.

        -(2001): La vida amorosa en el antiguo Egipto. Ed. Alderabán.             España, Madrid.

-CIMMINO, Franco (2002): Vida cotidiana de los egipcios. Ed. Edaf. España, Madrid.


sábado, 17 de abril de 2021

Reseña "Cleopatra" - Colección "Mujeres poderosas"

Buenos días, amigos del templo de Seshat. Como os dije hace unos días en Facebook y Twitter mi última lectura ha sido "Cleopatra" de la colección "Mujeres poderosas" de RBA. En esta entrada os escribiré la reseña con mi opinión sobre este libro.

"Cleopatra" es la primera entrega de esta colección

Sinopsis: 

Durante siglos, el relato de quiénes fueron estas mujeres poderosas ha sido distorsionado. Sus vidas fueron fascinantes, pero el poder que ejercieron fue incomprendido y negado por el discurso misógino imperante en su época. 

Historiadores, escritores, poetas y artistas reflejaron una visión sesgada de sus vidas. Nos ofrecieron un retrato desenfocado, que las estereotipa según clichés asignados al femenino y niega así sus cualidades y su capacidad para ejercer el poder.

Cleopatra. La tergiversada historia que os han contado: una reina ambiciosa, que sedujo a los dos hombres más poderosos de Roma para conservar su trono.

La verdadera historia que os contamos: faraón culta y estratega, protegió a Egipto del avance de Roma, extendió sus confines y le devolvió su esplendor.

Ni embaucadora, ni cruel. La reina estratega

Sobre la autora e ilustradora:

La autora de esta obra es la escritora y novelista española Ariadna Castellarnau, nacida en Lérida en 1979. Es licenciada en filología hispánica por la universidad de Lérida, en teoría literaria y literaturas comparadas por la Universidad de Barcelona y posee el máster en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra. También ha trabajado en el Ministerio de cultura argentino y como periodista en la sección de cultura del diario Perfil y Página 12. Además del libro que hoy reseñaré, es autora de las novelas Quema y La oscuridad es un lugar.

La ilustradora es Cristina Serrat, que también ha colaborado con RBA en la elaboración de las portadas de su colección "novelas eternas".

Reseña:

La colección "Mujeres poderosas" nos presenta en su primera entrega la historia de una de las reinas más famosas de la Antigüedad, Cleopatra VII (69-30 a.C.). Yo hubiera preferido que empezara con otras reinas anteriores, como Nefertiti o Hatshepsut, que desconozco si están incluidas en la colección. 

En el prólogo la autora nos habla brevemente de cómo la imagen de Cleopatra se fue desvirtuando con los siglos, ya desde tiempos de su enemigo Octavio, por aquello de que la historia la escriben los vencedores. No obstante, gracias a las fuentes egipcias y árabes, que tenían una visión totalmente distinta de la reina por no haber estado en contacto con la propaganda romana, podemos acceder a otro punto de vista, ignorado durante siglos. Para saber más sobre la visión de Cleopatra VII en las fuentes griegas y árabes os recomiendo leer esta entrada del blog de la Dra. Marina Escolano-Poveda: Cleopatra, erudita, mecenas, reina.

"Historiadores árabes como Ali al-Masudi hablan de ella como filósofa, matemática y médica, una gran monarca protectora de su pueblo, sin hacer ninguna referencia a su moral o su poder seductor".

Después, a lo largo de seis capítulos, la autora nos narra los principales acontecimientos de la vida de Cleopatra en forma de novela biográfica. La elección de este género literario tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pues al mismo tiempo que hace la lectura más amena y ágil, puede llevar al neófito a ciertas confusiones. Por ejemplo, una escena que me ha gustado mucho es cuando Cleopatra, el día de su coronación, observa la estatua de un antiguo coloso de Ramsés II y reflexiona sobre personajes y reyes del pasado, como el propio Ramsés, Imhotep, Zoser o, incluso, Nefertari y la reina hitita Puduhepa, que gracias a las cartas que intercambiaron contribuyeron a la firma del primer tratado de paz de la historia del que nos queda constancia. Pero, al menos que yo sepa, Cleopatra no conocía el nombre de estas reinas. Es una escena emotiva, que nos habla de como la última reina ptolemaica reconocía el papel de otras mujeres que estuvieron en el trono de Egipto antes que ella, pero es muy probable que nunca sucediera.

Cleopatra llegó a Roma en 46 a.C. llamada por César no como su amante, sino como la gobernante de un estado que, como muchos otros en ese momento, era libre pero vasallo de Roma. Se habían conocido unos años antes en Alejandría durante el enfrentamiento entre la reina, que había tenido que exiliarse a Siria y regresar a Egipto a escondidas, y su hermano menor Ptolomeo XIII, instigado por los consejeros de este. Me ha gustado que la autora nos presente ese primer encuentro no como la reunión entre una jovencita semi desnuda y seductora y el "viejo verde" romano, sino como el encuentro entre dos iguales, que tenían mucho que ganar, políticamente hablando, si se aliaban.

Cleopatra (1934)

Este momento histórico se nos ha presentado en el arte, el cine y la literatura de forma similar a como vemos en la imagen de arriba, en la que la actriz Claudette Colbert más parece una bailarina exótica que la reina de un estado que, aunque en decadencia, aún era rico, estaba situado en un punto geográfico estratégico y poseía una historia basta y multicultural, cuya perla era Alejandría, en la que convivían griegos, egipcios y judíos, entre otros.

Si nos parece inconcebible un encuentro entre dignatarios y dignatarias de importantes instituciones y estados actuales o pasados con estas "pintas", ¿por qué hemos creído durante siglos esa visión de Cleopatra no como una estadista, sino como una ramera? Porque una mentira repetida muchas veces, al final, se convierte en "verdad". La incapacidad para leer los jeroglíficos hasta que en 1822 Champollion descifró la piedra Rosetta y la escasez de egiptólogos demotistas -como bien apunta la Dra. Escolano-Poveda-, que pudieran leer las fuentes escritas en demótico -el sistema de escritura utilizado en la administración y la literatura de Egipto desde el S. VII a.C- ha impedido durante siglos que conociéramos la versión egipcia de su reina. Para cuando pudo hacerse, en Occidente ya había calado hondo la imagen de Cleopatra como esa femme fatale, lujuriosa y ambiciosa, que tanto benefició a sus enemigos políticos.

"Los romanos ilustres que se acercaban a la villa de César, invitados por la reina, se encontraban con un panorama muy distinto a la supuesta depravación de los orientales. Cleopatra solía presidir debates intelectuales y departir con los sabios sentada en el jardín. Allí se hablaba de poesía, historia, medicina o astronomía. Los visitantes se quedaban azorados ante los conocimientos de la faraón y, a la vez, por el modo que tenía de conducir la conversación".

En la narración se destaca el papel de Cleopatra como lo que era: la reina de un Egipto muy influido por la cultura griega -sobre todo en Alejandría-, y bajo la constante amenaza de Roma, que tenía la capacidad de anexionar el país del Nilo en cualquier momento. Era la descendiente de una serie de reyes tan cultos como proclives a deshacerse de sus rivales, familiares incluidos; sus propios hermanos se rebelaron contra su padre y contra ella misma varias veces. Cleopatra, por tanto, estuvo en constante peligro la mayor parte de su vida. Eso despertó su ingenio, y le hizo buscar siempre la manera de que, en primer lugar, sus hijos -tuvo cuatro, hecho obviado en muchas películas y novelas-, después su reino y finalmente ella pudieran sobrevivir. 

"Los romanos jamás comprenderían su compleja situación ni sus verdaderas intenciones. ¿Cómo explicarles que Roma se había aprovechado durante años de la riqueza y la fuerza militar egipcias y que su único objetivo era proteger su reino? Imposible. Aquella gente solo la veía como una amenaza, cuando eran ellos la verdadera amenaza para Egipto".

El libro termina con unos capítulos a los que la autora ha titulado "visiones de Cleopatra", en los que nos hace un breve repaso a la imagen que el arte, la literatura y el cine han transmitido en Occidente sobre la figura de la reina ptolemaica, y que beben de las fuentes antiguas romanas (Horacio, Lucano, Plutarco, etc.): la seductora oriental, la serpiente del Nilo, la perversa femme fatale que sedujo a dos buenos ciudadanos romanos, la soberana cruel y sanguinaria, la pecadora vencida por la muerte...

"Cleopatra probando venenos en prisioneros condenados" (1887), A. Cabanel

"Alcanzó renombre por su belleza, pero sobre todo fue famosa en el mundo entero por su avaricia, crueldad y lujuria". De mulieribus claris, Bocaccio (S. XIV).

Frente a esta visión, la edición de RBA nos presenta una reina culta y estadista, con rasgos basados en los pocos bustos que se le atribuyen -y que tienen poco parecido con la belleza anglosajona de actrices como Liz Taylor o Vivien Leigh-, de mirada serena, vestida a la griega, pero luciendo peluca, collar y cetros tradicionalmente egipcios, que reflejan la realidad histórica con más fidelidad que las imágenes exóticas y de semi desnudez a las que estamos acostumbrados.

El libro termina con una cronología de las fechas más importantes de la vida de la reina y un índice, pero he echado en falta que aparezca la bibliografía consultada.

He de decir que he visto algunos pequeños errores como que la autora se refiera a la sirvienta Iras como Eira, o que afirme que existieron 33 dinastías, cuando Manetón clasificó la historia de Egipto en 30 dinastías (31 si contamos la ptolemaica). Tampoco me parece acertado llamar a Cleopatra VII faraón, ya que lo que caracterizaba a faraones femeninos como Hatshepsut, entre otras cosas, era el hecho de no tener cónyuge, atribuirse los términos masculinos y presentarse con una iconografía masculina; Cleopatra nunca se "masculinizó" y, además, nunca reinó en solitario, ya que estuvo casada con sus dos hermanos, que fueron reyes, y a la muerte de Ptolomeo XIV nombró rey a su hijo, Cesarión. Por tanto, sería más correcto referirse a ella como reina o, incluso, en su caso concreto, "faraona" como nos explica aquí la egiptóloga Marina Escolano-Poveda, ya que para su época sí se han encontrado inscripciones en demótico con la palabra per-aat -femenino de per-aa, la palabra egipcia para faraón-.

Normalmente suelo huir de cualquier libro, documental o película que me vendan como "la verdadera historia" o "lo nunca contado", ya que suele ser más una estrategia de marketing que la realidad; en el caso de este libro, si bien me ha gustado y tiene cosas positivas, me reafirmo en mi creencia. No me ha aportado nada que no haya leído ya, por ejemplo en "Breve historia de Cleopatra", de editorial Nowtilus, que ya reseñé hace un tiempo. No obstante, al estar narrado de forma sencilla, pero repasando todos los momentos importantes de la vida de la reina, es una buena primera toma de contacto con este personaje histórico, si bien yo recomendaría a los neófitos en el tema seguir profundizando con otras obras escritas por historiadores y no por novelistas.

Llama la atención que la autora remarque varias veces lo sibilino, astuto y manipulador que era Octavio, pero que pase de puntillas por momentos oscuros de la vida de la propia reina como fueron las oportunas desapariciones de Ptolomeo XIV o Arsínoe.

Para reivindicar la importancia de estas mujeres, y de Cleopatra en concreto, no se puede ni debe pasar de llamarla "serpiente del Nilo" a santificarla o dulcificarla. Tan malo era inventar o exagerar sus "defectos", como intentar obviarlos o quitarles importancia en la actualidad. Las mujeres somos seres humanos y, como tal, tenemos luces y sombras, aciertos y errores. Que estos personajes históricos fueran en determinados momentos ambiciosas, egoístas, crueles o que tuvieran una vida sexual más o menos activa (como cualquier otro hombre de su época) no las invalida. 

Cleopatra y su hijo mayor Ptolomeo XV César (Cesarión) en Dendera. Wikipedia

Dio la casualidad de que me compré este libro el mismo día que vi estas dos conferencias, que os recomiendo mucho: La verdadera historia de Cleopatra y El mito de Cleopatra, más allá de la historia de Rosa María Cid, profesora catedrática de Historia antigua en la universidad de Oviedo, con las cuales veo muchas -quizás demasiadas- similitudes.

Busto atribuido a Cleopatra VII. Altes Museum.

"Más allá de Roma, la memoria de Cleopatra sería honrada durante siglos por los egipcios, los árabes y otros pueblos que, afortunadamente, nada supieron de las campañas de difamación tejidas por Roma.

Doscientos años después de su suicidio, Zenobia, reina de Palmira, la tomaría como modelo y fuente de inspiración, declarándose su descendiente política".


martes, 13 de abril de 2021

La reina Nefertiti, poder y belleza

"Clara de rostro,

Felizmente ataviada con la doble pluma.

Soberana de felicidad

Dotada de todas las virtudes,

con cuya voz todos se regocijan

señora de gracia, grande de amor,

sus sentimientos regocijan

al Señor de los Dos Países…

la princesa hereditaria,

grande de favor,

dueña de la felicidad,

resplandeciendo con sus dos plumas,

regocijando con su voz a quienes la oyen,

hechizando el corazón del rey en su casa,

satisfecha de todo cuanto se dice.

La gran y muy amada esposa del rey,

Señora de los dos países,

"Bellas son las bellezas de Atón" (Nefer Neferu Atón)

"La bella ha venido" (Nefertiti)

Viva por siempre".

Como demuestran estas palabras de su propio esposo, el polémico Akhenatón, grabadas en una de las estelas fronterizas de la ciudad de Amarna, la más famosa reina egipcia (con permiso de Cleopatra) destacó ya en su tiempo por su mítica belleza, que ha quedado inmortalizada hasta nuestros días en el busto del Museo de Berlín, y se ha intentado recrear en decenas de películas, novelas y documentales.

Como previendo el don de la belleza con el que los dioses bendecirían a su hija, posiblemente fuera la madre de la niña Nefertiti quien elegiría dicho nombre para su pequeña. Literalmente "la bella ha llegado" (en egipcio, neferet-ity), sin embargo es probable que su progenitora no pudiera llegar a ver la mujer en que se convertiría Nefertiti, debido a su temprana muerte.

Aunque no existan pruebas arqueológicas concluyentes que nos permitan saber con total seguridad los nombres de los padres de la reina, la mayoría de estudiosos del antiguo Egipto ven al más probable candidato para ser su padre en el personaje de Ay, descartando ya las teorías que hace unas décadas relacionaban su nombre con un posible origen extranjero, identificándola incluso con la princesa mitania Taduhepa, que viajó a Egipto para desposarse con el faraón Amenhotep III. Tampoco se trataría de una princesa, ya que no poseyó el título de “hija del rey” que estas sí tenían.

Por tanto, parece probable que Nefertiti fuera hija del ya mencionado Ay, un alto dignatario de la corte, con los cargos de teniente general del cuerpo de carros y escriba del rey. Otra prueba a su favor es que poseyó el título it-netjer o “Padre divino”, que puede interpretarse también como suegro del rey. Este mismo título ya lo había tenido su padre, Yuya, quien sí sabemos que fue suegro de Amenhotep III.

Sarcófago de Yuya
Sarcófago de Yuya
Ay, que años después se convertiría él mismo en faraón, contrajo segundas nupcias con una mujer llamada Tiy, que además fue nodriza de la propia Nefertiti; de ahí que se piense que su madre no habría sido esta mujer, quien sin embargo sí lo fue de la otra hija de Ay: Mut Neyemet, que tras la época de Amarna sería reina también al casarse con Horemheb.

La joven Nefertiti crecería en palacio o bien en Akhmin, en el Egipto Medio, la ciudad de procedencia de su familia, junto a su medio hermana Mut Neyemet, bajo los atentos cuidados de su madrastra Tiy y de su padre Ay.

Por su parte, el joven Amenhotep (más tarde Akhenatón) llevaría la vida acomodada y tranquila de un hijo del faraón que, sin embargo, no estaba destinado a gobernar, pues esa responsabilidad sería de su hermano mayor Tutmosis. Pero la muerte repentina de este príncipe cambiaría tanto el futuro de Amenhotep (Akhenatón) y Nefertiti, como el del propio Egipto.

Los reyes debieron desposarse antes de la coronación de Amenhotep IV, siendo muy jóvenes, algo habitual en el antiguo Egipto. ¿Vio Tiyi en su sobrina, hija de su hermano Ay, a una perfecta candidata para desposarse con el príncipe heredero Tutmosis, antes de su temprana muerte? ¿Prefirió reservarla para su hijo menor Amenhotep, que no estaba destinado en principio a gobernar, por no ser ella una princesa? Igualmente podríamos plantearnos si la desaparición del príncipe Tutmosis fue accidental o no, o si en el matrimonio entre Akhenatón y Nefertiti jugó algún papel el amor, como intentaron dejar patente posteriormente en sus representaciones. Lo más seguro es que nunca podamos responder a estos interrogantes. Fuera como fuese, el hecho es que hacia el año 1352 a.C. el joven Amenhotep, cuarto de su nombre en subir al trono, fue coronado faraón y, de esta manera, su esposa y prima, la bella Nefertiti, asumió el papel de Gran Esposa Real. 

A pesar de ser conocida por su belleza, Nefertiti no se limitó a ser una simple reina destinada únicamente a dar a luz a los hijos del rey, sino que jugó un importante papel en la vida política y religiosa de Egipto, tanto antes como después de la llamada revolución de Amarna. No en vano, su antecesora en el cargo, la reina madre Tiyi, fue un gran ejemplo para la joven reina. Esta dama, posiblemente su tía, cuyos retratos muestran un gesto serio y decidido, debió ejercer una gran influencia tanto en su hijo como en su nuera durante los ocho años que sobrevivió a su esposo. En vida de este, Tiyi había sido una fiel y eficaz colaboradora en las tareas de gobierno, llegando a ser reconocida por los soberanos de otras naciones vecinas, como Mitanni. A la muerte de Amenhotep III, el rey mitanio Tushratta aconsejaba al nuevo faraón que preguntara a su madre por los asuntos de estado, pues nadie los conocía tan bien como ella. 

Momia de la reina Tiyi

Solarización religiosa: 

El comienzo del reinado de Amenhotep IV (nombre que significa "Amón está satisfecho") no hacía sospechar aún lo que vendría después, aunque ya desde tiempos de su abuelo Tutmosis IV y de su propio padre, Amenhotep III, se venía viendo un acercamiento al dios sol y al clero de Ra de Heliópolis, es decir, una solarización religiosa, quizás como una manera de ponerle freno al poderoso clero de Amón.

Antes de trasladar la capital a Akhetatón (actual Tell el-Amarna), Amenhotep IV planificó llevar a cabo un ambicioso proyecto constructivo en Tebas, algo nada novedoso en apariencia. Pero en lugar de dedicar estas construcciones al gran dios Amón, Amenhotep IV/Akhenatón proyectó unos monumentos destinados al disco solar, Atón. Estos se levantarían fuera del muro este de Karnak, es decir, fuera de los dominios de Amón Ra. El primero de estos templos es el Gem-pa-Atón, "Atón ha sido encontrado". En su interior el faraón mandó erigir estatuas colosales suyas y de la Gran Esposa Real. Pero no eran estatuas tradicionales, sino que ya mostraban las características propias del llamado arte amarniense: miembros delgados y largos, vientres abultados, amplias caderas y muslos grandes y una cara alargada, que les daban una apariencia extraña y surrealista que a menudo se ha interpretado como un indicio de enfermedad. No obstante, hoy en día se cree más probable que esta apariencia tan distinta al arte tradicional fuese intencionada, de manera que se marcase la diferencia con todo lo anterior. El faraón y la reina se distinguen así del resto, acercándose a la divinidad; su apariencia andrógina recuerda que el rey es el hijo de Atón, quien es a la vez el padre y madre de la humanidad. 

La propia apariencia del dios también cambió: antes de Akhenatón se le había representado como un hombre con cabeza de halcón. Ahora era un disco solar del que brotaban numerosas manos que portaban el ankh, símbolo de la vida. 

La pareja real junto a sus tres hijas mayores. Museo Egipcio de El Cairo. Wikipedia.

Nefertiti, gran sacerdotisa de Atón: 

La participación de Nefertiti en la llamada revolución amarniense no se puede poner en duda, pues la arqueología nos demuestra que estuvo tan implicada en la instauración del atonismo como su propio esposo. Participó junto a Akhenatón en todas las ceremonias oficiales en honor a Atón, e incluso realizó los rituales de culto en solitario, como gran sacerdotisa del dios. Esto es así desde el comienzo del reinado, pues nos encontramos con que uno de los templos que el faraón mandó construir en Tebas, el llamado hut benben o "Mansión de la piedra benben", fue un templo donde la reina llevó a cabo el culto diario a Atón en solitario. 

Nefertiti aparece en la decoración como figura principal, en ocasiones acompañada por su hija mayor Meritatón, pero nunca de su esposo. Esto supone toda una novedad y nos indica la importancia que alcanzó Nefertiti al no necesitar la compañía del rey, hasta entonces el único intermediario entre el mundo divino y humano; Nefertiti casi había adquirido la categoría de faraón. 

Además, otro dato interesante es que en los talatats, los pequeños bloques de piedra con los que se construyeron los templos de Atón, el nombre de Nefertiti aparece casi el doble de veces que el del rey. En Akhetatón, la nueva capital fundada en honor al dios Atón, Nefertiti continuó con sus tareas rituales, teniendo a su cargo un clero femenino. 

Nefertiti ofrendando a Atón, acompañada de su hija. Museo Ashmolean, Oxford.

La importancia de la celebración de los rituales era fundamental puesto que, rechazada la existencia de un Paraíso en la doctrina de Akhenatón, el proceso de culto era imprescindible para ayudar en la “resurrección” diaria de las almas que habían quedado “dormidas” durante la noche. Estas resucitaban al alba, a la salida del sol, y se alimentaban de las ofrendas de los altares del dios durante el día, hasta volver a quedar en letargo cuando Atón se ocultaba. 

Antes de prohibir el culto al resto de dioses en torno al noveno año de reinado, Akhenatón y Nefertiti, acompañados de sus hijas, ya habían sustituido a las tradicionales tríadas divinas al aparecer representados en estelas.  Estas se han encontrado en  las ruinas de las casas de Amarna, y habrían servido para que el pueblo realizara sus plegarias, que serían así transmitidas a Atón por medio de sus únicos intermediarios, la familia real. Igualmente, las antiguas procesiones de dioses celebradas durante las fiestas religiosas fueron sustituidas por las de la familia real, que cada día se desplazaba en un lujoso carro por el Camino Real de Amarna desde el palacio hasta el templo, acompañados de soldados y guardias personales del faraón.

En cuanto al mundo funerario, aunque la momificación del cuerpo siguió practicándose, Osiris perdió su papel de rey de los muertos. Se abandonó la idea de un viaje nocturno del sol por el inframundo; de hecho no se sabía bien dónde iba el Atón por las noches. Las almas de los difuntos simplemente dormían, “resucitando” cada mañana con la nueva salida del sol. Por tanto, no era necesario un juicio ni el pesado del corazón para considerar maatyu ("justificado") a un fallecido, sino que alcanzaba dicha categoría mediante la lealtad al faraón que había mostrado en vida. De esta forma, la pareja real se convertía en los garantes de una vida después de la vida, aunque muy distinta de la existencia paradisíaca de la religión anterior. 

Ahora son los reyes y sus hijas los representados en las paredes de las tumbas, sustituyendo a los antiguos dioses funerarios. La bella Nefertiti (u otro miembro de su familia) aparece en las cuatro esquinas del sarcófago con la misión de proteger el cuerpo del difunto, sustituyendo a diosas tan importantes del antiguo panteón como la propia Isis.

Los reyes en procesión montados en un carro. Tumba del jefe de policía Mahu. Amarna

Sin duda, en todo este proceso Akhenatón se vio plenamente apoyado por su esposa Nefertiti. En una nueva muestra de su devoción por el dios Atón ambos reyes cambiaron sus nombres en el año cinco de reinado: Amenhotep IV pasó a ser Akhenatón, mientras que Nefertiti se añadió el nombre de Nefer Neferu Atón  ("Bellas son las bellezas de Atón"). 

Por otra parte, la reina también tenía por primera vez la facultad de condecorar a sus fieles súbditos, incluidas las mujeres. Para ello entregaba regalos como grandes collares de oro desde la llamada “Ventana de las apariciones”. Una de las damas distinguidas con tal honor fue Meretre, que se hizo representar en su tumba recibiendo estos honores de parte de la reina, acompañada de sirvientes y música.

Descendencia:

Akhenatón y Nefertiti fueron padres de seis niñas, nacidas a lo largo de los primeros nueve años de reinado. A pesar de que se ha especulado con la posibilidad de que Nefertiti fuera la madre del rey Tutankhamón, no hay pruebas que confirmen este hecho. A día de hoy sólo se le reconoce la maternidad de las princesas Meritatón, Maketatón, Ankhesenpaatón, Neferneferuatón, Neferure y Setepenre, pero de ningún hijo varón.

No obstante, la falta de un heredero de sexo masculino no pareció preocupar especialmente a los reyes, pues las escenas de la pareja real acompañada por sus hijas son habituales en el arte de Amarna. Así, podemos verlos dándose muestras de cariño, comiendo en un banquete, rindiendo culto a Atón o en las ya mencionadas "Ventanas de apariciones" recompensando a algún súbdito por sus buenos servicios al estado. Pero lejos del hieratismo del arte anterior, estas escenas íntimas nos muestran el amor que se profesaba la familia, tanto en los actos públicos como en la intimidad del palacio. No obstante, no hay que dejarse engañar; estas escenas no son gratuitas, sino que buscan transmitir una idea: la felicidad de la familia real se debe a la bendición de Atón, que preside las escenas desde lo alto, tocando con sus rayos/manos a la familia real.

Este predominio de figuras femeninas acompañando al rey ha llevado a egiptólogos como Barry J. Kemp a hablar de una especie de “matriarcado de Atón”, puesto que no existe ninguna representación de la familia real en las que aparezca un príncipe heredero varón. Pero teniendo en cuenta que el faraón tuvo varias esposas secundarias aparte de Nefertiti parece poco probable que no naciera ningún niño. Si realmente el rey Tutankhamón era hijo de Akhenatón (y de otra de sus esposas, como Kiya), su ausencia podría tomarse como una prueba más de la importancia del sexo femenino en la ideología atoniana. 

El final de la reina:

Busto de Meritatón. Louvre
Los constantes embarazos de Nefertiti debieron interpretarse como una muestra de la bendición de Atón a los reyes por la devoción que le mostraban. Por esa misma razón, la muerte de la segunda de sus hijas, Maketatón, en el año doce de reinado siendo aún una niña debió ser un golpe terrible para la familia real, cuyo dolor podemos ver aún reflejado en los muros de la tumba real de Akhetatón. Las tres hijas menores también desaparecen de los anales, por lo que se ha especulado con la posibilidad de una epidemia que asoló la ciudad de Amarna, arrebatándoles la vida a las cuatro princesas en poco tiempo. 

Este año doce es clave en la vida de Nefertiti, no solo por la muerte de una o, quizás, varias de sus hijas, sino también porque a partir de entonces desaparece de los documentos oficiales y de los monumentos de Amarna. El puesto de Gran Esposa Real lo asume entonces su primogénita, Meritatón. 

Se ha especulado mucho con el motivo de esta desaparición, barajándose o bien una caída en desgracia de la reina, que se recluyó en el palacio norte de Akhetatón, o bien incluso su muerte, quizás por la mencionada epidemia. No obstante, una tercera posibilidad se nos presenta; casi al mismo tiempo de la desaparición de Nefertiti, aparece un corregente junto a Akhenatón, que lleva por nombre, precisamente, Neferneferuatón, uno de los nombres de la reina. Estamos pues ante la conversión de la reina en “rey”. No hay duda de que Nefertiti había asumido la corregencia junto a su esposo, llegando a adoptar una seudo titulatura real al estilo de los faraones con el nombre de Neferneferuatón Ankh(et)kheperura. 

Escena del Durbar. Fuente: amigosdelantiguoegipto.com

Otro indicio de esto lo encontramos en la tumba del superintendente Merire II, en la necrópolis norte de Amarna, donde se representa el Durbar, el festival en el que las embajadas procedentes de países extranjeros ofrecen sus tributos a Akhenatón. Aunque aparentemente solo hay una figura en el trono, el número de pies y piernas confirma que, en realidad, hay dos personas; al solaparse ambas figuras se nos está indicando la relevancia que había adquirido Nefertiti antes de su “desaparición”. Ella y Akhenatón son igual de importantes.

Los motivos que impulsaron a Akhenatón a convertir a su esposa en corregente oficial nos son desconocidos, aunque se ha especulado con la posibilidad de que existiera una fuerte oposición a su régimen, probablemente en Tebas, para lo cual el rey habría contado con una corregente de su entera confianza que le ayudara a controlar la situación y continuar con el atonismo. 

Sin embargo, la vuelta a la antigua religión era inevitable tras la muerte de Akhenatón en su año diecisiete de reinado. La desaparición del rey hereje habría creado una gran confusión e incertidumbre en el país, y también esperanzas entre ciertos personajes por volver a la ortodoxia religiosa anterior al periodo de Amarna. En un grafito de la tumba TT 139 de Tebas fechado en el año tres del faraón Ankhkheperura Neferneferuatón un escriba hace un llamamiento al dios Amón para que regrese y despeje la oscuridad que había caído sobre sus seguidores. Si tenemos en cuenta que para algunos egiptólogos este faraón no sería otro que la propia Nefertiti estaríamos ante la prueba de que esta mujer llegó a la cima del poder y, una vez muerto su esposo, y quizás contraviniendo sus últimos deseos, intentó un acercamiento con los fieles de Amón. 

Sea como fuere, los acontecimientos que tuvieron lugar después del año doce de Akhenatón aún siguen siendo confusos ante la falta de pruebas que nos demuestren qué ocurrió realmente. ¿Fue Nefertiti la sucesora en el trono de Akhenatón?  ¿Era Smenkhare un hombre real, o fue otro de los nombres que adoptó la reina? Tampoco sabemos cuándo ni cómo murió Nefertiti, pues su tumba y momia aún no han sido halladas, aunque últimamente mucho se esté especulando sobre la posibilidad de que esté enterrada en las supuestas cámaras ocultas de la tumba de Tutankhamón. 

Nefertiti, con su característica corona, golpeando enemigos al estilo de los faraones masculinos. Museum of Fine Arts, Boston. Wikipedia

*Artículo publicado originalmente en Egiptología 2.0 nº 4 (julio 2016).


Bibliografía:

JACQ, C. (1992): Akhenatón y Nefertiti, la pareja solar. Ed. Martínez Roca, S.A. España, Barcelona.

BEDMAN, T. (2007): Reinas de Egipto, el secreto del poder. Ed. Alianza. España, Madrid.

SHAW, I. (2007): Historia del antiguo Egipto. Ed. La esfera de los libros, España, Madrid.

WILKINSON, T. (2007): Vidas de los antiguos egipcios. Ed. Blume, España, Barcelona

KEMP, B.J. (1996): El antiguo Egipto, anatomía de una civilización. Ed. Crítica. España, Barcelona.


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