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domingo, 1 de marzo de 2020

Érase una vez, un disfraz de faraona...

Buenos días, queridos amigos del blog. Hoy me vais a permitir escribir una entrada algo diferente, porque es muy personal. Y es que en 2020 se cumplen veinte años desde que empezó mi egiptomanía
Mi amor por el antiguo Egipto me ha llevado a aprender muchísimas cosas nuevas a lo largo de estos años, no solo de Egipto, sino de otros muchos temas y culturas. Me ha permitido conocer a gente estupenda que comparte mi afición, me ha llevado a estudiar una hermosa carrera en la universidad y me ha salvado -y me salva- de momentos tristes y difíciles en la vida. Pero, ¿cómo comenzó todo?
Podría haber comenzado aquel mes de julio de 1999, en que una Isabel de diez años vio fascinada, junto a sus padres y su prima, la película La momia en unas salas de cine de su ciudad natal, que ya ni existen. Recuerdo que, al volver a casa, jugué a ser una princesa egipcia de piel dorada a la que nadie podía tocar...
Podría haber empezado por haber leído un libro que me descubrió todas las maravillas de este antiguo mundo, como les ha pasado a muchos otros egiptomaníacos.
Pero, en realidad, el comienzo de mi amor por el antiguo Egipto podría decirse que fue una peculiar consecuencia de ser la típica niña gordita de finales de los noventa. 
En mi colegio se celebraba todos los años (y aún se hace) una fiesta por los carnavales, y los alumnos a veces podíamos elegir nuestro disfraz. A mí siempre me han encantado los carnavales, quizás porque al ser una persona extremadamente tímida, el ponerme un disfraz me ayudaba a jugar a ser otra persona, y olvidar por un tiempo esa timidez. Todos los años miraba con ilusión el catálogo de disfraces (un auténtico compendio de horteradas, por qué negarlo) para elegir el que más me gustase. Para los carnavales de marzo de 2000 mi elección fue el que me pareció un precioso vestido rojo a lo Escarlata O'hara (con pamelón y todo, qué fantasía). Así que, a la tienda de disfraces que fui con mi madre, con toda mi ilusión por comprarme aquel precioso disfraz.
Sin embargo, cuando entré en la tienda mis ojos se cruzaron con él, y mi idea inicial empezó a cambiar, aunque yo me resistiera. Fue amor a primera vista, a pesar de que yo iba buscando otro disfraz. Pero mi destino ya estaba escrito, gracias a mis kilitos de más. 
Cuando la amable dependienta buscó el disfraz rojo de Escarlata pudimos comprobar -¡Oh, mala fortuna!- que no lo había de mi talla...
Así es, mi gozo en un pozo. Una pobre niña, ilusionada por disfrazarse con un hermoso vestido rojo, tuvo que quedarse con las ganas porque los señores diseñadores de disfraces no pensaban que pudiera haber niñas de talla grande que quisieran disfrazarse de Escarlata. Sin embargo, mi aflicción duró poco porque, por primera vez en mi vida, el antiguo Egipto venía a rescatarme. 
La amable dependienta nos dijo que tendríamos que buscar disfraces para mí en la sección de mujer (imaginaos para una niña de apenas once años lo que significaba eso; de verdad que no estaba taaan gorda, ni era súper alta; a día de hoy mido 1,57 m). Entonces, qué remedio, la señora me empezó a mostrar disfraces de mujer. Ya os podéis imaginar cómo de mal me sentía yo, que no solo no me iba a poder disfrazar con el traje que quería, sino que encima era por gorda. 
Y entonces la dependienta me enseñó el disfraz de faraona. Mis ojos se iluminaron al ver de nuevo su belleza. Ejem, ahora ni se me ocurriría disfrazarme con algo tan hortera, pero entonces me pareció lo más precioso del mundo. A la porra Escarlata, las tallas y los que me hacían bullying (entonces no se llamaba así) por ser gorda. Yo ya estaba decidida: aquel mes de marzo de 2000 me iba a disfrazar de faraona.
(Leer con voz de Rose Dawson): "Él me salvó, en todos los sentidos en que puede salvarse a una persona.
Lamento no tener foto original. Eran otros tiempos, no teníamos móviles, ni hacíamos fotos a todo compulsivamente.
Desde aquella vez me he disfrazado de egipcia en otras dos o tres ocasiones más, pero fue entonces cuando comencé a interesarme por todo lo que estuviera relacionado con el antiguo Egipto; fue como si un interruptor se hubiera activado dentro de mi cerebro. Aún tengo clavado en mi memoria el recuerdo del primer dibujo que hice de una egipcia (o cómo yo pensaba que sería), con un lápiz y en una hoja cuadriculada de un cuaderno del cole. Empecé a arrasar con todos los libros del antiguo Egipto que podía pillar en la bibliobús (qué tiempos, ni biblioteca había en el cole, y menos en el pueblo).
Este no fue el primero, pero sí de los primeros
También empecé a ver todos los documentales de Egipto que ponían en discovery channel en la tele de pago, cuando todavía ponían buenos documentales, no los de piramidiotas que inundan ahora esos desprestigiados canales. Los de la serie documental francesa "Egipto" fueron los primerísimos que vi, así que las voces de esos narradores me transportan automáticamente a mi infancia cada vez que los vuelvo a ver (por Youtube, claro. Porque yo los compré en VHS, y ya ni reproductor de vídeo tengo en casa ja, ja). La intro me produce escalofríos de emoción, pues consigue transportarme a mi infancia y al antiguo Egipto a la vez. Cosas raras mías.

Luego descubrí la preciosa serie, también francesa, "La princesa del Nilo", de la que ya os he hablado en el blog. 
Mi padre me regaló mi primera novela ambientada en el país de los faraones, una edición de Círculo de lectores de "El egiptólogo" de Christian Jacq. Qué mejor primera novela que una protagonizada por Champollion; Su frase <<Egipto lo es todo para mí>> podría resumir mis últimos veinte años de vida. Después, me regaló los dos primeros libros de la pentalogía de Ramsés II (ahí empezó mi historia de amor platónico con El Grande), y luego yo misma invertí mis ahorrillos en comprarme más libros, películas y documentales sobre el antiguo Egipto. Devoraba la revista mensual de Círculo con pasión intentando descubrir alguna joyita egiptomaníaca, que pagaba con las 10.000 pesetas que me daban mis abuelos por sacar buenas notas todas las evaluaciones. Y cómo olvidar las colecciones por fascículos, si me quedaba embobada cada vez que salía por la tele el anuncio de "Egiptomanía" y sus figuritas negras.
Nota mental: dar las gracias a los franceses por su contribución a alimentar mi egiptomanía. (Quizás deberíamos haber perdido la guerra de Independencia). Ejem, ¿se nota que ayer volví a ver "El ministerio del tiempo"? 
Cuando fui de excursión con el instituto al Museo arqueológico nacional en Madrid, y vi por primera vez objetos egipcios REALES, no me lo podía ni creer. Si hubiera visitado el British, el Louvre o el del Cairo me temo que me hubiese quedado catatónica. Mi amiga de entonces me tuvo que sacar a rastras de las salas egipcias porque nuestro grupo se iba sin nosotras.
Y cuando me enteré de que había un templo egipcio REAL en España, ya fue lo más, aunque no tuve ocasión de verlo por primera vez hasta 2013.
Templo de Debod, Madrid. Que lo cubran ya con una cúpula, coñ*
Desde aquel mes de marzo de 2000, la pequeña egiptomaníaca que fui ha continuado cultivando su amor por esta hermosa civilización, como el campesino que trabajaba sus tierras después de la inundación. No sólo he estudiado una licenciatura en Historia motivada por mi amor a las antiguas culturas, la principal de ellas la egipcia, sino que he visitado interesantes exposiciones temporales y colecciones de museos a lo largo de estos años (menos de las que quisiera, pero la economía es la que es, y no se pueden hacer milagros). 
Mi graduación como licenciada en Historia por la UAH, 2012. La belleza me viene de familia, lo sé.
Mis conocimientos sobre el antiguo Egipto han ido aumentando -aunque reconozco que aún es muchísimo lo que desconozco-, gracias a mis estudios, las innumerables horas de lectura, y cursos como el de Coursera Egiptología que hice en 2014, y en el cual conocí a gente fantástica. Mi biblioteca personal también ha ido creciendo, con más y mejores libros de egiptología, gracias a los cuales pude inaugurar este humilde templo de Seshat -en un periodo  oscuro de mi vida. Egipto al rescate nuevamente-, y colaborar con la estupenda revista online Egiptología 2.0, y en programas de radio como Istopia Historia.
Visita a la exposición de Tutankhamón en 2010
Como los antiguos egipcios sabían, no hay oscuridad sin luz, y el año pasado conseguí al fin cumplir mi sueño desde que era esa niña gordita que no pudo comprarse el disfraz que quería; pero la vida le dio a cambio algo mucho mejor. En julio de 2019 visité Egipto por primera vez, y me enamoré aún más del país, de su río Nilo, de su sol abrasador, y de su amable gente.
Mi amor por esta civilización me ha traído muchos momentos buenos (también algunos tristes, como todo lo sucedido en Egipto en el año 2011, que desgraciadamente fue el mismo año en que perdí a una persona muy especial. Y el año en que murió la Taylor; definitivamente fue un annus horribilis), pero a lo largo de estas dos décadas es más lo bueno que lo malo que puedo recordar.
Fiesta de carnaval en la Residencia universitaria Cardenal Cisneros, 2011.
Me gusta decir, medio en broma, medio en serio, que todos los egiptomaníacos fuimos egipcios en otra vida, y por eso nos apasiona tanto el antiguo Egipto, pues recordamos, sin saberlo, el amor a nuestra antigua tierra. Sea verdad o no (probablemente no, con excepción de la peculiar Omm Sety), lo cierto es que nunca podré olvidar como ese "interruptor", ese punto de no retorno a la egiptomanía, se inició hace ya veinte años gracias a un sencillo disfraz.
Visita a las pirámides de Gizah. Julio 2019


3 comentarios:

  1. No voy a negar que estoy a esto )( de llorar

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    1. Yo también soy de lágrima fácil, sobre todo ahora al recordar tiempos mejores en esta época tan extraña que nos ha tocado vivir :)

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