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lunes, 16 de marzo de 2020

La Casa jeneret ¿el harén del antiguo Egipto?

¿Qué era la Casa jeneret?
En egipcio per jeneret. Fue desafortunadamente confundida con un harén por los egiptólogos del siglo XIX, quienes creían que era una institución similar a los harenes del imperio otomano. El motivo de esta confusión fue la traducción de la palabra jeneret como  <<lugar cerrado>>; esto, unido al hecho de que en él vivían comunidades femeninas, llevó a pensar que se trataba de un lugar de reclusión para bellas mujeres destinadas única y exclusivamente a satisfacer los deseos sexuales del rey. Sin embargo, no debemos entender la Casa jeneret como un lugar exclusivo para mujeres, custodiado por esclavos eunucos para evitar tentaciones. 
Las mujeres del harén. Fabio Fabbi
El harén (del árabe haram, es decir, prohibido) era el lugar de residencia y encierro de las mujeres e hijos del gobernante otomano. Los eunucos servían de intermediarios entre este lugar, prohibido a los hombres, y el mundo exterior. Es decir, las mujeres del harén estaban separadas de la vida pública, lo cual no sucedía con los habitantes de la Casa jeneret, que solían acompañar al soberano en sus apariciones públicas -audiencias y festivales-, según nos revelan las fuentes.
Por otra parte, en el caso egipcio los hombres no tenían prohibido el acceso al recinto, ya que allí también trabajaban sirvientes y funcionarios. 
Además, la palabra jener se traduce más bien como <<tocar música>> y <<seguir el ritmo>>; como se verá, la enseñanza musical fue una de las principales funciones del harén egipcio. A pesar de todo, hoy en día esta idea decimonónica sigue perdurando, en parte gracias al cine y la literatura.
La concubina Anacksunamún. La momia (1999)
Las funciones de la Casa jeneret
Esta institución del antiguo Egipto surgió no para mantener encerradas a bellas jóvenes, como ya hemos visto, sino para servir de lugar de residencia para los hijos y mujeres de la familia del rey. Entre estas estaban sus esposas, pero también su madre, hermanas, tías solteras, y las viudas y familiares del rey anterior.
Los hijos del faraón, de algunas familias nobles egipcias e incluso príncipes extranjeros recibían aquí una privilegiada educación con los mejores maestros, mientras que las féminas eran instruidas en el arte musical, con el objetivo de llevar a cabo actuaciones musicales tanto en la corte, como en el culto (recordemos que jener se traduce como <<tocar música>>).
Para alimentar y aprovisionar a la familia real con todo lo necesario, la Casa jeneret contaba con sus propias tierras agrícolas, ganado, talleres, telares, etc., que eran atendidos y administrados por sus propios funcionarios.
Músicas en la tumba de Nakht.
Las mujeres del harén
Las mujeres que vivían en esta casa estaban emparentadas con el faraón mediante lazos de sangre, pero también había allí damas de la nobleza egipcia o de países vecinos, e incluso princesas extranjeras enviadas a Egipto para contraer matrimonio con el rey, de manera que sirvieran de alianza entre Egipto y sus países.
Parece que existió un cierto orden jerárquico, tanto por antigüedad en el harén como por los títulos otorgados por el faraón; esto servía para determinar su rango, su proximidad a los favores del rey o su grado de participación en los rituales religiosos. La Gran esposa real, como reina y esposa principal, estaba a la cabeza de estas mujeres y era la directora de todos los harenes del reino, ya que no existía únicamente una Casa jeneret, sino que todas estas damas se repartían por los distintos harenes que había a lo largo del país (Mer-Ur, Menfis, Tebas, etc.)
Por tanto, podemos clasificar a las habitantes femeninas de la Casa jeneret en:

Nefertari y Horus
La reina, que poseía el título de Gran esposa real -en egipcio hemet nesw weret-, usado desde la XIII dinastía. No sólo era la esposa principal del soberano y madre del príncipe heredero, sino que ella misma, como compañera del faraón, era una diosa. De este modo, ambos encarnaban el principio masculino y femenino, sin el cual no sería posible la existencia del Orden o Maat. Acompañaba al monarca durante las ceremonias, si bien es cierto que, aunque necesaria para mantener la dualidad masculino-femenina, la reina siempre ocupaba un plano secundario con respecto al faraón.
En ocasiones este cargo podía ser ostentado por más de una mujer a la vez, como ocurrió con Nefertari e Isis Nofret, las dos primeras Grandes esposas reales de Ramsés II.

La madre del rey: esta mujer no había sido necesariamente la Gran esposa real del monarca anterior porque, debido a la alta tasa de mortalidad infantil, en muchas ocasiones era el hijo de una esposa secundaria el único que sobrevivía a su padre y, por tanto, heredaba el trono. La madre del faraón recibía el título de mwt neswt, empleado desde los inicios del Reino antiguo (2686-2125 a.C.) hasta finales de la Baja época (664-332 a.C.)
Reina Tiyi, madre de Akhenatón
Esposas secundarias: recibían el título de Esposa real -en egipcio hemet neswt-, usado desde el Reino antiguo. Algunas alcanzaron un rango superior al convertirse en Madre del rey, de modo que al final de sus vidas tuvieron una categoría que no habían tenido mientras fueron solo Esposas del rey. Esto daría como resultado una muy probable rivalidad entre las esposas del faraón por elevar a sus hijos al trono de Egipto, dando como resultado conspiraciones como la ocurrida durante el reinado de Ramsés III, que veremos más adelante.
Como esposas secundarias del faraón su misión era proporcionar hijos al monarca y, en caso de ser extranjeras, forjar alianzas con otros pueblos vecinos, como en el caso de las dos princesas hititas que se casaron con Ramsés II. No obstante, muchas de ellas nunca llegaban a ver en persona a su marido.
Meritamón, hija de Ramsés II y Nefertari
Hijas del rey: poseedoras del título sat neswt, cuyo uso está testimoniado ya desde el reinado del faraón Djoser (o Zoser, dinastía III). Las hijas reales disfrutaban de una serie de privilegios como poseer su propia tumba y su propio séquito -al igual que las reinas-, que estaba formado tanto por mujeres como por hombres. También podían heredar de sus madres determinados títulos y cargos, tanto religiosos como de la corte.
Podían o bien permanecer solteras en el harén, o bien contraer matrimonio con un miembro de su familia o un alto funcionario, con lo que el rey aseguraba su fidelidad.

Hermanas y tías del rey: las primeras poseían el título senet neswt, que es usado ocasionalmente en el Reino medio (2055-1650 a.C.), pero su uso en la titulatura de las mujeres de la nobleza se generalizará desde el Reino nuevo (1550-1069 a.C.).

Ornamentos reales: en egipcio jekeret neswt. Los egiptólogos no se ponen de acuerdo en si serían concubinas del rey o mujeres de la corte. Así, tenemos por un lado a los que opinan que serían concubinas que, una vez le habían dado un hijo al rey, podían ser casadas con altos funcionarios, mientras que otros las consideran mujeres de la corte y miembros prominentes de la Casa jeneret encargadas de la música durante la realización del culto.
Fuente: aquí
Amadas del rey, en egipcio merwt neswt, y Bellezas del palacio, en egipcio nefrwt. Estas últimas eran las chicas jóvenes del harén, entre las que se podían incluir las hijas del faraón, como vemos en una escena del templo de Medinet Habu, en la cual Ramsés III aparece junto a sus hijas, que recibieron este título. Se encargaban también del canto y las interpretaciones musicales, tanto en el culto como para entretener al rey.
Ramsés III y sus hijas, "bellas del palacio". Medinet Habu
A excepción de la reina madre y la Gran esposa real, es poco probable que el resto de mujeres del harén jugaran algún papel en los asuntos del Estado, a no ser que por azares del destino alguna de ellas terminara siendo la madre del heredero. No es difícil imaginar las tensiones que debieron haber existido entre las esposas más jóvenes y decididas para atraerse la atención del rey. Sin funciones oficiales que llevar a cabo ni propiedades privadas que administrar, las esposas del harén tuvieron poco impacto en la vida religiosa y política. Rara vez son recordadas en la historia y hoy sus nombres y tumbas se encuentran en casi todos los casos olvidados.

La vida en la Casa jeneret
Como ya hemos visto, la familia del rey no estaba reunida en un solo lugar, sino que se repartían por todo Egipto. Lo más probable es que sólo la madre del rey, la reina y sus hijos vivieran en el harén del palacio donde habitaba el rey. De ahí que muchas de las esposas secundarias solo vieran en contadas ocasiones al soberano, y algunas no llegaran a verlo nunca en persona.
Junto a estas esposas y parientes del faraón vivían sus hijos varones más pequeños, las nodrizas encargadas de educarlos -escogidas generalmente entre damas de la nobleza, si bien lo importante era la calidad de la leche- y sirvientes encargados de atenderlas.
La superiora de todos los harenes era la reina, que se ocupaba de dirigir estas instituciones y su economía, nombraba a los maestros, se encargaba de los programas educativos y, como soberana de todas las sacerdotisas del reino, era la responsable del buen desarrollo de los ritos, ya que cada harén tenía una divinidad protectora (Amón, Min, Hathor, Isis, Bastet). Por tanto, las mujeres del harén también podían ser sacerdotisas, y por esa razón recibían una enseñanza musical para realizar cantos, danzas e interpretar música durante el culto, con laúdes, arpas, flautas o liras.
Músicas. Fuente: pinterest
Los textos conservados nos indican que las mujeres del harén no permanecían ociosas, sino que se habrían dedicado también a la producción textil. Sería precisamente en los harenes donde se fabricaría el llamado lino real, el de más alta calidad, con el que se confeccionaban los vestidos de estas nobles damas.
Las Casas jeneret también contaban con sus propios molinos, talleres (donde se hacían desde los muebles, hasta los perfumes y cosméticos), tierras agrícolas y ganado, así como sus propios sirvientes y funcionarios para atender a las damas y dirigir el hogar de la familia real, de modo que tuviesen a su disposición todo lo necesario para llevar una vida cómoda y lujosa.
Representación del palacio de Amarna. Varias mujeres tocan instrumentos y realizan danzas. Tumba de Ay en Amarna, XVIII dinastía.
Sin embargo, la distribución de los harenes por toda la geografía egipcia hacía imposible que la reina se encargase personalmente de todos ellos. Así, al igual que el faraón delegaba sus funciones en los funcionarios y sacerdotes, también la reina lo hacía en otros hombres y mujeres encargados de administrar y dirigir el harén:

La Gran supervisora: shepeset, en egipcio. Eran mujeres de prestigio pertenecientes a la nobleza, que estaban al frente del harén en nombre de la reina.

Intendente del harén: era un hombre de confianza del rey, encargado de dirigir la casa jeneret.

Escribas: el intendente del harén contaba con la ayuda de dos escribas del tesoro del harén para administrar los bienes. También había un Escriba de la puerta del harén.

Inspectores de la administración: encargados de vigilar a los trabajadores, tanto de la residencia como de los campos.

Guardianes: encargados de velar por la seguridad de los habitantes de la Casa jeneret, como el Guardián de las puertas.

Estos funcionarios, que vivían fuera del recinto del harén, tenían que rendir cuentas a la Gran esposa real. Entre otras cosas, de los impuestos que recibía la institución en forma de alimentos, ropas o telas. Por su parte, el harén estaba exento de impuestos.
Fragmentos de decoración del palacio de Malqata (izquierda) y Amarna (derecha)
¿Cómo era la Casa jeneret?
Los edificios que la conformaban podían estar situados dentro del complejo palacial, o ser independientes y estar separados de la Casa del rey. Un ejemplo de esto último es el palacio-harén de Kom Medinet Ghurab, a la entrada del oasis de El Fayum, conocido también como palacio-harén de Mer-Ur. Quizás así se pretendiese aislarlo de las disputas por el poder propias de la corte.
Otros harenes de los que queda constancia son los de Menfis, Malqata, Amarna, Tebas y Per Ramsés. Basándose en estos ejemplos se puede decir que los edificios de la Casa jeneret estaban construidos con gruesos ladrillos de adobe y rodeados por una muralla del mismo material. Las frescas estancias estaban decoradas con pinturas de vivos colores, tanto en el suelo de estuco como en las paredes y techos, que estaban sostenidos por columnas. Una gran estancia central, presidida por un estrado donde se situaba el trono del rey para cuando este visitaba el harén, era el lugar de reunión y donde las damas ponían en práctica su enseñanza musical para deleitar a los asistentes. Las habitaciones se distribuían a lo largo de pasillos o patios y contaban con su propio vestidor y baño. Todo ello estaba rodeado de jardines con estanques de nenúfares y papiros.
Almacenes, un templo, zonas agrícolas y ganaderas y talleres también formaban parte del complejo de la Casa jeneret.

La educación de los hijos reales
Desde el Reino antiguo hay constancia de un lugar de aprendizaje dentro del harén llamado Casa de los hijos o Casa de la educación (en egipcio, per menat), donde los hijos del rey eran educados e instruidos durante sus primeros años de vida por sus nodrizas y preceptores.
Posteriormente, y al menos desde el Reino Medio, los hijos reales acudían a una escuela que recibía el nombre de Kap. A este lugar, dependiente del palacio real, también podían asistir los hijos de los nobles, así como los hijos de príncipes y reyes tributarios y aliados de Egipto. Con esto los faraones se aseguraban de instruir a la futura élite del país -los hijos del Kap- y de egiptizar a sus vecinos, como los nubios.
Escribas. Fuente: pinterest
Conspiración en el harén:
Como lugar de crianza y educación del heredero al trono y de la futura clase gobernante, no es extraño que la Casa jeneret fuera, en ocasiones, el lugar donde se tramaron intrigas políticas e incluso magnicidios. Aunque los hijos de la reina tenían prioridad, cualquier hijo del faraón podía sucederle, por lo que la rivalidad siempre existió entre algunas esposas del faraón y sus familias por escalar posiciones mediante el ascenso de sus hijos al trono, lo que les permitiría pasar de ser una mera esposa secundaria o concubina a ser Madre del rey
Estas conspiraciones del harén están atestiguadas para la época de faraones como Pepi I, Amenemhat I y Ramsés III, y tenían la intención de asesinar al rey para usurpar el trono. No podemos descartar alguna más de la que no nos hayan quedado evidencias.
El caso más conocido es el del Ramsés III, que nos ha llegado a través del llamado Papiro jurídico de Turín. La conjura se organizó en el harén y tuvo como protagonistas a varios funcionarios de esta institución (escribas, administrador del Tesoro), sirvientes de palacio, un general del ejército, un sacerdote y varias mujeres del harén, entre otros. Entre dichas mujeres se encontraba Tiyi, una esposa del faraón, que fue la principal instigadora de la conjura para conseguir coronar a su hijo Pentaweret. Para ello no solo no dudaron en tramar el asesinato del rey, sino que incluso recurrieron a la magia negra.
Sin embargo, la conjura fue descubierta y los participantes fueron declarados culpables y condenados en su mayoría a suicidarse. Sobre la suerte del faraón mucho se ha discutido, pero lo más probable es que muriera, según los estudios realizados a su momia.

Artículo publicado en Egiptología 2.0 número 1.

Bibliografía:
-RAMÍREZ GARCÍA, B. “El harén de Ramsés II. Reinas, princesas y concubinas”. Historia National Geographic. 2008, nº 51, pp. 28-39.
-CASTEL, E. “La corte de un faraón”. Historia National Geographic. 2007, nº 38, pp. 28-41.
-ROTH, Silke. “Harem”. In Elizabeth Frood, Willeke Wendrich (eds.), UCLA Encyclopedia of Egyptology. 2012. Los Ángeles.
-PARRA ORTIZ, J.M. (2003): Gentes del valle del Nilo. Ed. Complutense. España, Madrid.
-TILDESLEY, Joyce (2006): Queens of Egypt. Ed. Thames & Hudson Ltd. London
-SHAW, Ian (2000): Historia del antiguo Egipto. Ed. La esfera de los libros. España, Madrid
-JACQ, Christian (1997): Las egipcias. Ed. Planeta. España, Barcelona.
-ROBINS, Gay (1996): Las mujeres en el antiguo Egipto. Ed. Akal. España, Madrid.
-BEDMAN, Teresa (2003): Reinas de Egipto, el secreto del poder. Ed. Alianza. España, Madrid.



domingo, 1 de marzo de 2020

Érase una vez, un disfraz de faraona...

Buenos días, queridos amigos del blog. Hoy me vais a permitir escribir una entrada algo diferente, porque es muy personal. Y es que en 2020 se cumplen veinte años desde que empezó mi egiptomanía
Mi amor por el antiguo Egipto me ha llevado a aprender muchísimas cosas nuevas a lo largo de estos años, no solo de Egipto, sino de otros muchos temas y culturas. Me ha permitido conocer a gente estupenda que comparte mi afición, me ha llevado a estudiar una hermosa carrera en la universidad y me ha salvado -y me salva- de momentos tristes y difíciles en la vida. Pero, ¿cómo comenzó todo?
Podría haber comenzado aquel mes de julio de 1999, en que una Isabel de diez años vio fascinada, junto a sus padres y su prima, la película La momia en unas salas de cine de su ciudad natal, que ya ni existen. Recuerdo que, al volver a casa, jugué a ser una princesa egipcia de piel dorada a la que nadie podía tocar...
Podría haber empezado por haber leído un libro que me descubrió todas las maravillas de este antiguo mundo, como les ha pasado a muchos otros egiptomaníacos.
Pero, en realidad, el comienzo de mi amor por el antiguo Egipto podría decirse que fue una peculiar consecuencia de ser la típica niña gordita de finales de los noventa. 
En mi colegio se celebraba todos los años (y aún se hace) una fiesta por los carnavales, y los alumnos a veces podíamos elegir nuestro disfraz. A mí siempre me han encantado los carnavales, quizás porque al ser una persona extremadamente tímida, el ponerme un disfraz me ayudaba a jugar a ser otra persona, y olvidar por un tiempo esa timidez. Todos los años miraba con ilusión el catálogo de disfraces (un auténtico compendio de horteradas, por qué negarlo) para elegir el que más me gustase. Para los carnavales de marzo de 2000 mi elección fue el que me pareció un precioso vestido rojo a lo Escarlata O'hara (con pamelón y todo, qué fantasía). Así que, a la tienda de disfraces que fui con mi madre, con toda mi ilusión por comprarme aquel precioso disfraz.
Sin embargo, cuando entré en la tienda mis ojos se cruzaron con él, y mi idea inicial empezó a cambiar, aunque yo me resistiera. Fue amor a primera vista, a pesar de que yo iba buscando otro disfraz. Pero mi destino ya estaba escrito, gracias a mis kilitos de más. 
Cuando la amable dependienta buscó el disfraz rojo de Escarlata pudimos comprobar -¡Oh, mala fortuna!- que no lo había de mi talla...
Así es, mi gozo en un pozo. Una pobre niña, ilusionada por disfrazarse con un hermoso vestido rojo, tuvo que quedarse con las ganas porque los señores diseñadores de disfraces no pensaban que pudiera haber niñas de talla grande que quisieran disfrazarse de Escarlata. Sin embargo, mi aflicción duró poco porque, por primera vez en mi vida, el antiguo Egipto venía a rescatarme. 
La amable dependienta nos dijo que tendríamos que buscar disfraces para mí en la sección de mujer (imaginaos para una niña de apenas once años lo que significaba eso; de verdad que no estaba taaan gorda, ni era súper alta; a día de hoy mido 1,57 m). Entonces, qué remedio, la señora me empezó a mostrar disfraces de mujer. Ya os podéis imaginar cómo de mal me sentía yo, que no solo no me iba a poder disfrazar con el traje que quería, sino que encima era por gorda. 
Y entonces la dependienta me enseñó el disfraz de faraona. Mis ojos se iluminaron al ver de nuevo su belleza. Ejem, ahora ni se me ocurriría disfrazarme con algo tan hortera, pero entonces me pareció lo más precioso del mundo. A la porra Escarlata, las tallas y los que me hacían bullying (entonces no se llamaba así) por ser gorda. Yo ya estaba decidida: aquel mes de marzo de 2000 me iba a disfrazar de faraona.
(Leer con voz de Rose Dawson): "Él me salvó, en todos los sentidos en que puede salvarse a una persona.
Lamento no tener foto original. Eran otros tiempos, no teníamos móviles, ni hacíamos fotos a todo compulsivamente.
Desde aquella vez me he disfrazado de egipcia en otras dos o tres ocasiones más, pero fue entonces cuando comencé a interesarme por todo lo que estuviera relacionado con el antiguo Egipto; fue como si un interruptor se hubiera activado dentro de mi cerebro. Aún tengo clavado en mi memoria el recuerdo del primer dibujo que hice de una egipcia (o cómo yo pensaba que sería), con un lápiz y en una hoja cuadriculada de un cuaderno del cole. Empecé a arrasar con todos los libros del antiguo Egipto que podía pillar en la bibliobús (qué tiempos, ni biblioteca había en el cole, y menos en el pueblo).
Este no fue el primero, pero sí de los primeros
También empecé a ver todos los documentales de Egipto que ponían en discovery channel en la tele de pago, cuando todavía ponían buenos documentales, no los de piramidiotas que inundan ahora esos desprestigiados canales. Los de la serie documental francesa "Egipto" fueron los primerísimos que vi, así que las voces de esos narradores me transportan automáticamente a mi infancia cada vez que los vuelvo a ver (por Youtube, claro. Porque yo los compré en VHS, y ya ni reproductor de vídeo tengo en casa ja, ja). La intro me produce escalofríos de emoción, pues consigue transportarme a mi infancia y al antiguo Egipto a la vez. Cosas raras mías.

Luego descubrí la preciosa serie, también francesa, "La princesa del Nilo", de la que ya os he hablado en el blog. 
Mi padre me regaló mi primera novela ambientada en el país de los faraones, una edición de Círculo de lectores de "El egiptólogo" de Christian Jacq. Qué mejor primera novela que una protagonizada por Champollion; Su frase <<Egipto lo es todo para mí>> podría resumir mis últimos veinte años de vida. Después, me regaló los dos primeros libros de la pentalogía de Ramsés II (ahí empezó mi historia de amor platónico con El Grande), y luego yo misma invertí mis ahorrillos en comprarme más libros, películas y documentales sobre el antiguo Egipto. Devoraba la revista mensual de Círculo con pasión intentando descubrir alguna joyita egiptomaníaca, que pagaba con las 10.000 pesetas que me daban mis abuelos por sacar buenas notas todas las evaluaciones. Y cómo olvidar las colecciones por fascículos, si me quedaba embobada cada vez que salía por la tele el anuncio de "Egiptomanía" y sus figuritas negras.
Nota mental: dar las gracias a los franceses por su contribución a alimentar mi egiptomanía. (Quizás deberíamos haber perdido la guerra de Independencia). Ejem, ¿se nota que ayer volví a ver "El ministerio del tiempo"? 
Cuando fui de excursión con el instituto al Museo arqueológico nacional en Madrid, y vi por primera vez objetos egipcios REALES, no me lo podía ni creer. Si hubiera visitado el British, el Louvre o el del Cairo me temo que me hubiese quedado catatónica. Mi amiga de entonces me tuvo que sacar a rastras de las salas egipcias porque nuestro grupo se iba sin nosotras.
Y cuando me enteré de que había un templo egipcio REAL en España, ya fue lo más, aunque no tuve ocasión de verlo por primera vez hasta 2013.
Templo de Debod, Madrid. Que lo cubran ya con una cúpula, coñ*
Desde aquel mes de marzo de 2000, la pequeña egiptomaníaca que fui ha continuado cultivando su amor por esta hermosa civilización, como el campesino que trabajaba sus tierras después de la inundación. No sólo he estudiado una licenciatura en Historia motivada por mi amor a las antiguas culturas, la principal de ellas la egipcia, sino que he visitado interesantes exposiciones temporales y colecciones de museos a lo largo de estos años (menos de las que quisiera, pero la economía es la que es, y no se pueden hacer milagros). 
Mi graduación como licenciada en Historia por la UAH, 2012. La belleza me viene de familia, lo sé.
Mis conocimientos sobre el antiguo Egipto han ido aumentando -aunque reconozco que aún es muchísimo lo que desconozco-, gracias a mis estudios, las innumerables horas de lectura, y cursos como el de Coursera Egiptología que hice en 2014, y en el cual conocí a gente fantástica. Mi biblioteca personal también ha ido creciendo, con más y mejores libros de egiptología, gracias a los cuales pude inaugurar este humilde templo de Seshat -en un periodo  oscuro de mi vida. Egipto al rescate nuevamente-, y colaborar con la estupenda revista online Egiptología 2.0, y en programas de radio como Istopia Historia.
Visita a la exposición de Tutankhamón en 2010
Como los antiguos egipcios sabían, no hay oscuridad sin luz, y el año pasado conseguí al fin cumplir mi sueño desde que era esa niña gordita que no pudo comprarse el disfraz que quería; pero la vida le dio a cambio algo mucho mejor. En julio de 2019 visité Egipto por primera vez, y me enamoré aún más del país, de su río Nilo, de su sol abrasador, y de su amable gente.
Mi amor por esta civilización me ha traído muchos momentos buenos (también algunos tristes, como todo lo sucedido en Egipto en el año 2011, que desgraciadamente fue el mismo año en que perdí a una persona muy especial. Y el año en que murió la Taylor; definitivamente fue un annus horribilis), pero a lo largo de estas dos décadas es más lo bueno que lo malo que puedo recordar.
Fiesta de carnaval en la Residencia universitaria Cardenal Cisneros, 2011.
Me gusta decir, medio en broma, medio en serio, que todos los egiptomaníacos fuimos egipcios en otra vida, y por eso nos apasiona tanto el antiguo Egipto, pues recordamos, sin saberlo, el amor a nuestra antigua tierra. Sea verdad o no (probablemente no, con excepción de la peculiar Omm Sety), lo cierto es que nunca podré olvidar como ese "interruptor", ese punto de no retorno a la egiptomanía, se inició hace ya veinte años gracias a un sencillo disfraz.
Visita a las pirámides de Gizah. Julio 2019


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