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domingo, 9 de mayo de 2021

Crítica de "La momia III: La tumba del emperador dragón"

Corría el verano de 1999 cuando fui al cine con mi familia a ver "La momia". Por entonces aún no había empezado mi "egiptomanía" -ya os he hablado de cómo comenzó aquí-, pero mi yo de diez años salió fascinada del cine y estuve días jugando a ser una princesa con la piel pintada de oro. 

Dos años después, esperé con ansias el estreno de la segunda parte, "El regreso de la momia", que, aunque no era tan buena como la primera, aún conservaba esa esencia que tanto me gustó. 

En 2008 se estrenó esta que hoy os voy a reseñar, dirigida por Rob Cohen, en lugar de Stephen Sommers. Nunca me entusiasmó, si os soy sincera, por dos principales razones: el cambio de escenario a China y que Rachel Weisz no repitiera como Evelyn. Sin embargo, era una peli más de una de mis sagas favoritas, así que fui a verla. 

No me gustó. De hecho, no la había vuelto a ver hasta ayer (incluso la momia de Tom Cruise, que tenéis reseñada aquí, me gustó más). La he vuelto a ver para comprobar si me seguía pareciendo tan mala y, de ser así, porqué. 

Aviso, esta reseña contendrá spoilers.

Sinopsis: condenados por una perversa bruja a permanecer en estado de muerte aparente para siempre, el despiadado emperador chino Dragón y sus diez mil guerreros han reposado durante siglos en su tumba de barro cual ejército de terracota. Cuando le exigen al joven aventurero y arqueólogo Alex O' Connell que despierte de su sueño eterno al temible gobernante, no tendrá más remedio que consultar a sus padres: las únicas personas expertas en no muertos. Cuando el monarca regresa a la vida, su afán de dominio no tiene límites y, usando sus poderes sobrenaturales, se lanzará con sus tropas a la conquista del Lejano Oriente, a menos que los O' Connell encuentren la forma de impedírselo.

La cara de Rick O' Connell cuando se dio cuenta de que esa no era su mujer

Ya desde el comienzo algo me falla en esta película, y es la música, que era parte fundamental de las dos primeras partes de la saga; estoy escribiendo la reseña mientras escucho el soundtrack de la primera momia, y no hay color. Ese inicio con el sol brillando sobre la pirámide o el ejército del rey Escorpión en "El regreso de la momia" con esa hermosa música y la narración de Ardeth Bay, consiguieron pegarme a la butaca y hacerme estar atenta a la pantalla desde el minuto uno. En la tercera parte no me pasó eso. La música me pasó totalmente desapercibida.

Ardeth Bay (Oded Fher) se te echa de menos

Como en las anteriores películas, en "La momia" III se nos cuenta en un flashback el origen de la maldición del villano, el emperador Dragón, que para mí no tiene ni pizca del carisma que tenía Arnold Vosloo como Imhotep, ni la bruja me cautiva como lo hizo la bella y ambiciosa Anck-su-Namun de Patricia Velásquez. El sacerdote egipcio tenía una motivación muy clara y humana para hacer todo lo que hizo -el amor-, y a pesar de las tropelías que cometió, todos podíamos empatizar con él en cierta forma; aún me sigue doliendo su expresión de derrota cuando su amada le deja tirado al final de la segunda parte y él se rinde y se deja caer al abismo. Sin embargo, el emperador Dragón es malo porque sí, solo le mueve la ambición. Además, sorprendentemente Jet Li tiene menos expresividad cuando actúa como humano que cuando le convierten en estatua de terracota. 

Al quedar su cuerpo encerrado en esa prisión de barro por la maldición de la bruja supongo que su cadáver se momificó de forma natural. Y listo, ya podemos llamar a esta película "La momia". Muy pillado con pinzas, pero supongo que al director y guionista les pareció suficiente para seguir explotando esta saga que debería haberse terminado en la segunda película.

Leí que cambiaron el escenario de Egipto a China porque en 2008 se celebraban allí los JJ.OO., y eso les daría más publicidad. No sé sí será del todo cierto, pero ya que iban a hacer una película de una saga sobre momias, al menos podían haber elegido un país con amplia tradición en momias, como Perú (como, de hecho, se insinúa al final de esta película). Pero poderoso caballero es Don Dinero...

El villano de la tercera es, prácticamente, un botijo de barro. Imhotep we miss you 💖

Viajamos después a la época de los O' Connell, que viven en su mansión en la Inglaterra de postguerra. Rick se aburre en esa nueva y acomodada vida, y añora los tiempos en que corría aventuras por Egipto. Ahora pesca. A tiros. Bueno, bien. Muy Rick O' Connell, aún no se ha llegado a la parodia, pero, por desgracia, se llegará.

Rick O' Connell intentando demostrar lo Rick O' Connell que puede llegar a ser

Evie, a pesar de que los eruditos de Bembridge le pedían en la segunda peli que fuera la directora del Museo Británico, ahora se gana la vida escribiendo novelas de romance y aventuras a lo Diana Gabaldón, pero ha perdido la inspiración. Y yo lo siento mucho, pero si cuando me cambian al actor de doblaje ya me salgo de la historia, si además me cambias a la actriz principal, no puedo creerme que ese sea el personaje. No veo a Evelyn, veo a una señora que intenta imitar los gestos y expresiones de Rachel Weisz, pero no funciona.

Maria Bello sustituyó a Rachel Weisz como la ingenua pero valiente Evelyn

Si al menos hubiesen elegido a una actriz más parecida físicamente, pero es que se parecen como un huevo a una castaña. Y yo solo puedo pensar que esa señora le está intentando robar el marido a la otra.

Los otros dos personajes en común con las anteriores películas son, por una parte, Alex, el hijo de los O' Connell, que ya es un adulto y se dedica a buscar tesoros como hicieron sus padres. De hecho, es él quien descubre la tumba del emperador Dragón. Por tanto, se produce un relevo generacional, quizás en un intento de seguir explotando la saga más adelante con este personaje, pero dado el fracaso en taquilla, no se siguió adelante. Creo que fue un error darle más importancia al hijo en detrimento de la pareja protagonista de las anteriores películas, con las que el público ya se había encariñado. Sobre todo porque el personaje resulta demasiado soberbio y sus daddy issuess para crear conflicto en la trama resultan superficiales e incoherentes, ya que en la segunda parte Rick y él eran uña y carne. 

Por otra parte, está Jonathan, que ahora tiene un bar en China llamado "Imhotep" (otra referencia a las anteriores pelis). Este personaje era un caradura bastante bobalicón y servía, principalmente, para meter alguna broma básica, pero graciosa. Pero en esta tercera parte lo han convertido directamente en un payaso irrelevante que no aporta nada a la trama.

El expresivo actor Jet Li

El despertar del villano no es tan impactante y sorprendente como la primera vez que vemos esa momia de Imhotep empezar a moverse después de que Evelyn lea el Libro de los muertos. Aquí, de hecho, le despiertan por un tropezón, literalmente.

He echado mucho en falta que el villano y los protagonistas interactúen más y tengan ese pique que tenían Imhotep y O' Connell o esa química con Evelyn. En la Momia III parece que al matrimonio el emperador Dragón, hablando claro, les suda los c******. Rick está más ocupado discutiendo con su hijo, y Evelyn intentando averiguar si la chica nueva le hace tilín.

Otro fallo de esta película -que recordemos que se llama La momia- es que casi no se ve al villano como momia, excepto en algún momento que se le rompe el cascarón de terracota. Pero, a pesar de ello, los personajes repiten hasta la saciedad que están hartos de momias, que tienen mucha experiencia despertando momias, que qué malas son las momias... Momias, momias, momias, todo el rato en sus bocas -pero apenas en pantalla- en una maldita película que se llama "La momia". Yo creo que si el director tiene que hacer que sus personajes hagan continuas referencias a las otras partes de la saga, quizás sea porque no confía en la calidad de su trabajo.

El "amor prohibido" de la bruja y el militar no me convenció tanto como el de Imhotep y la concubina del faraón.

Los nuevos personajes (los militares chinos, la bruja y su hija, Perro Loco) me han resultado tan planos e irrelevantes que ni me acuerdo de sus nombres. No tienen el carisma ni el peso en la trama que tenían Ardeth Bay, Beni o los pistoleros americanos de la primera, por ejemplo. La chica está metida con calzador como interés romántico de Alex, pero no tienen ni mucho menos la química ni la calidad actoral de Rachel Weisz y Brendan Fraser, así que su historia de amor me resulta irrelevante e innecesaria. 

Una de las características de la primera película, que la segunda respetaba, era la mezcla de aventuras, romance, terror y humor. En dos horas de duración vivíamos momentos de acción, momentos más emotivos, momentos de tensión... así que el ritmo no decaía, ni resultaban aburridas. Pero esta tercera parte, sin embargo, me ha llegado a aburrir hasta el punto de mirar cada poco cuánto quedaba para que acabase. 

No he empatizado con los personajes porque el guion está tan mal escrito y los personajes tan mal desarrollados, que esas personas  que amé en las dos primeras películas se convierten en parodias de sí mismos: Rick es un payaso fanfarrón, que mantiene una lucha de egos con su propio hijo (llegan a bromear con que es más importante que una pistola sea resistente a que sea grande...), Jonathan es idiota perdido y Evelyn ha perdido esa ingenuidad y ese aire de "marisabidilla" adorable que la hacía única. El nuevo villano es básicamente un muñeco de barro, muy mal actuado, que aparece de vez en cuando, apenas interactúa con los personajes para pelearse un poco, se convierte en bicharracos... y al final es derrotado por padre e hijo en una escena que me ha dejado totalmente fría. Será que no puedo empatizar con las motivaciones de un botijo.

En "La momia" y "el regreso de la momia" el humor y los gags son algo bobos e ingenuos, pero efectivos, porque no cansan. Sin embargo, en la tercera parte eso se convierte en un humor básico, con chistes constantes que no harían gracia ni a un niño y que ha conseguido hacerme poner los ojos en blanco varias veces de lo absurdo que era. Por ejemplo, la escena al final de "La momia" en la que Jonathan le pregunta al camello si quiere un besito -mientras Rick y Evelyn se besan- es boba, pero graciosa, porque no se abusa de este tipo de gags. Pero la escena de la 3 en la que la vaca vomita encima de Jonathan porque se marea en el avión, y Evelyn pregunta qué es esa peste resulta patética; y así hay muchas más. 

Un yeti cabreao

La Momia III carece de grandes escenas memorables (como la lucha de Anck-su-namun y Nefertiri, o la tormenta de arena con la cara de Imhotep, entre otras), ni elementos icónicos fácilmente reconocibles como los Libros de Amón Ra (que incluso apareció en La momia de Tom Cruise) y el de los Muertos o el brazalete de Anubis.

En cuanto a los efectos especiales, no me han parecido lo mejor, pero en las otras películas tampoco eran espectaculares, así que se lo perdono. Pero si ya me pareció un poquito descabellado el mostrenco de CGI del rey Escorpión, aquí el repertorio de monstruos ya se les va de las manos: los yetis con carita de peluche, el dragón de tres cabezas, el otro que no sé como se llama... La escena de los yetis es de vergüenza ajena.

Por muchas explosiones, estallidos, cosas volando por los aires, monstruos, etc., que metan en la trama, si la historia aburre y no emociona, esa epicidad y espectacularidad no sirven de nada. "La momia" tiene unos efectos especiales tirando a malos (también hay que tener en cuenta que tiene más de 20 años) pero la historia es buena, los personajes están bien escritos, el ritmo de la trama no decae, alternando escenas de más acción y otras más emotivas, de manera que, aunque las pirámides se vean bastante falsas, no le resta interés a la película (si acaso, le da cierto encanto nostálgico). Pero si la historia es un petardo, con tramas que no enganchan ni te hacen empatizar con los personajes, porque estos son una parodia de lo que fueron, me da igual que me repitas 200 veces que es una continuación de las dos primeras de la momia, esta nueva no me va a gustar como las otras. Ni a mí ni a casi nadie, porque fue un fracaso en taquilla.

En resumen, "La momia III: la tumba del emperador Dragón" no es una digna sucesora de sus hermanas; de la misma manera, María Bello nunca será Evelyn O' Connell, por mucho que lo intente. Esta actriz, al igual que el director y el guionista, intentan imitar lo que hacía únicas a las anteriores películas y a sus personajes, pero no lo consiguen. La Momia III no tiene la esencia, el "alma", de las anteriores.

Así de hecha polvo me siento yo después de ver esta película

Lo que más me ha gustado: la escena en la que la bruja resucita a los esclavos enterrados bajo la Gran muralla para enfrentarse al ejército del emperador (aunque más que momias, serían zombis).

Lo que menos me ha gustado: cambiar a un villano poderoso y carismático como Imhotep por un botijo. El humor chabacano y lo parodiados que están los personajes.

Si aún no habéis visto esta película, os recomiendo ver en su lugar el "Desfile dorado de los faraones", que tiene más de "La momia" que esta tercera y (espero) última parte.

domingo, 2 de mayo de 2021

Ser madre en el antiguo Egipto

"Cásate mientras seas joven, que ella haga un hijo para ti; ella debería tenerlo mientras seas joven".

El matrimonio:

Aunque en el antiguo Egipto las relaciones sexuales fuera del matrimonio -entre personas solteras- no estuvieran moralmente mal vistas, ni la virginidad de la novia fuera un requisito indispensable, lo habitual al alcanzar la edad adulta,  como vemos en las Instrucciones de Any, era casarse para formar una familia, que solía estar compuesta por el marido, su esposa y los hijos que tuvieran.

El concepto de matrimonio, sin embargo, era distinto al actual, pues no hacía falta ningún tipo de ceremonia civil ni religiosa para considerar casada a una pareja. Bastaba con que ambos empezaran a cohabitar bajo un mismo techo; generalmente era la mujer la que se trasladaba a una casa propiedad del hombre. El término egipcio para casarse es, de hecho, “establecer una casa”, “entrar en una casa”, o “vivir juntos”.

Es posible que los padres tuvieran cierto papel a la hora de establecer el matrimonio de sus hijos, como es el caso de un padre que, desconfiando de su futuro yerno, le hizo firmar un documento donde juraba que no abandonaría a su hija, o sería golpeado cien veces y desprovisto de las propiedades que adquiriera junto a ella. Aunque tampoco se puede descartar que, al menos en ocasiones, las mujeres pudieran elegir libremente a sus maridos. 

Sea como fuere, el fin principal del matrimonio era uno: tener descendencia. Este hecho era vital, pues no solo serían los hijos quienes cuidarían de sus padres cuando fuesen ancianos, sino que también serían los encargados de llevar a cabo el funeral y los ritos y ofrendas posteriores en la tumba de sus progenitores. Hasta tal punto era importante tener hijos, que la incapacidad para ello era motivo de divorcio.

La edad de los egipcios para casarse era muy temprana: unos veinte años para los hombres, y tras la primera menstruación para las mujeres, que pasarían gran parte de su vida fértil embarazadas.

 El funcionario Seneb junto a su familia. Reino Antiguo. Museo de El Cairo

A la búsqueda de un heredero:

La representación de la vida amorosa de los egipcios es escasa y menos explícita que en otras civilizaciones antiguas, como Grecia o Roma. Pero podemos saber algo de cómo fue gracias a fuentes como los poemas amorosos del Reino Nuevo, los óstraca y grafitos con escenas más explícitas, el llamado Papiro erótico de Turín, los exvotos y amuletos sexuales y las escasas referencias en mitos y literatura de la época.

Para seducir a sus maridos, las mujeres egipcias contaban con una serie de recursos, no muy distintos a los actuales, con los que embellecerse.

El cabello tenía una alta carga erótica; las egipcias podían utilizar postizos en forma de trenzas o pelucas enteras, que les cubrían los hombros y que eran adornadas con bellas diademas. Un poema del Reino Medio nos muestra el papel tan destacado del peinado en este juego de la seducción:

Mi corazón piensa en tu amor, mientras que sólo un lado de mi frente está trenzado. He venido corriendo a buscarte, y he descuidado mi peinado; me he soltado el pelo y me he puesto mi peluca para estar lista en cualquier momento.

La expresión “ponte la peluca” era entendida como una invitación al acto sexual.

Para depilarse el cuerpo contaban con cuchillas y cremas depilatorias, y para resaltar los rasgos más favorecedores y ocultar las imperfecciones usaban maquillaje.

Un buen perfume, joyas y un ajustado y sugerente vestido de lino completaban el atuendo usado por cualquier egipcia para seducir a su amado.

Pero si la seducción no bastaba para motivar al marido, los antiguos egipcios contaban con  varios remedios para poder cumplir con sus esposas, sobre todo en los casos en que un hombre mayor volvía a casarse con una mujer mucho más joven. Poner remedio a la impotencia era de vital importancia, sobre todo en el caso de que aún no se hubiera tenido descendencia, pues, aunque como último recurso se podía optar por la adopción, el hombre egipcio sentía como una herida en su orgullo propio no poder dejar embarazada a su mujer.

El uso de afrodisíacos está atestiguado en los textos, como este del s. III d.C.:

Cómo hacer que una mujer ame a su marido. Machaca semillas de acacia con miel, unta tu falo con esto y duerme con la mujer.

Por si esto no fuera suficiente, los egipcios recurrían a los dioses. Cada hogar contaba con un pequeño altar donde se rendía culto a las divinidades propiciadoras de la fecundidad y protectoras de las embarazadas, como el enano Bes y la diosa hipopótamo Taueret, así como a Hathor,  la diosa del amor.

El dios enano Bes (izquierda) y la diosa hipopótamo Taueret (derecha)

Además, los matrimonios deseosos de expandir la familia ofrecían en el templo exvotos fálicos y pequeñas estatuillas de mujeres desnudas, con los genitales muy marcados, con la esperanza de aumentar su fertilidad. 

Si todo esto resultaba finalmente inútil debido a que uno de los cónyuges (o ambos) fuesen estériles, y en caso de no querer disolver el matrimonio, las parejas egipcias podían recurrir a la adopción.

"Quien no tiene hijos adopta a un huérfano en vez de criarlo. Es su responsabilidad verter agua sobre tus manos como las del propio hijo mayor de uno". Carta del escriba Nejemmut.

Estos hijos adoptivos serían, al igual que los biológicos, los herederos de los bienes de sus padres y los encargados de organizar el enterramiento y culto funerario de sus padres adoptivos.

La reina Ahmes embarazada de Hatshepsut. Deir el Bahari.

¿Estaré embarazada?

Los egipcios eran conscientes de que para conseguir que una mujer quedara encinta era necesario el coito. Igualmente, conocían la relación existente entre la ausencia de la menstruación y el embarazo y el papel que jugaba el semen, como vemos en el mito de Isis y Osiris:

Isis viene a ti (Osiris) regocijándose de amor por ti. Tú la has colocado sobre tu falo y tu semilla se deposita dentro de ella.

Pero además de la interrupción de la menstruación, los egipcios disponían de otras pruebas para comprobar que una mujer fuera a tener un hijo, que nos han llegado en los llamados papiros médico-mágicos, como la que indicaba lo siguiente:

Pondrás cebada y trigo en dos sacos de tela que la mujer regará con su orina cada día, y también pondrás dátiles y arena en los dos sacos. Si la cebada germina primero, será un niño. Si el trigo lo hace antes, será una niña. Si no germinan ninguno de los dos, la mujer no dará a luz.

Es decir, no solo disponían de pruebas de embarazo, sino que podían conocer el sexo de su futuro hijo. Si bien esto último no solía acertar, se ha demostrado en laboratorio que, efectivamente, las semillas germinaban en más del 50% de los casos cuando fueron regadas con orina de mujeres embarazadas, mientras que con la de hombres o mujeres no embarazadas, no lo hacían.

Una vez confirmado el embarazo, la egipcia sabía que su vida podía estar en peligro, por lo que se protegía con amuletos para ahuyentar los peligros.

Preocupadas siempre por su aspecto, especialmente las aristócratas, también usaban durante los meses de gestación remedios para evitar las indeseadas estrías, consistentes en aceites, que se guardaban en vasijas con forma de mujer embarazada.

El parto:

Llegado el momento de dar a luz, la parturienta se retiraba a una habitación de la casa construida especialmente para ello, el pabellón del nacimiento, ubicada en el jardín o en la azotea, que estaba decorada con imágenes de los dioses Bes y Taueret, protectores de las embarazadas. Columnas de madera con forma de tallos de papiro recordaban la marisma donde Isis dio a luz a Horus. En esta habitación había una cama, cojines y objetos de aseo, entre otras cosas, que serían usados por la madre durante los primeros días tras el nacimiento de su hijo. Era costumbre que ambos, en caso de sobrevivir, pasaran catorce días recluidos y apartados de la comunidad para purificarse.

 Colmillo de hipopótamo tallado con inscripciones mágicas protectoras y figuras de dioses. Se colocaba cerca de la madre durante y tras el parto.

La mujer era atendida en todo momento por dos matronas, sin que el médico tuviese participación alguna en el acontecimiento. Desnuda y con el pelo suelto, la egipcia paría de cuclillas para favorecer la salida del niño, apoyándose sobre dos o cuatro ladrillos anchos, mientras era sujetada por una comadrona y otra esperaba la salida del bebé. En ocasiones, también podía usarse un “taburete de nacimiento”, que tenía un agujero para que pasase el feto. Este era recogido por una de las comadronas, que procedía después a cortarle el cordón umbilical y lavarlo antes de presentarlo a la madre.

Durante todo el proceso no dejaban de recitarse conjuros para que los dioses ayudasen a la “separación del niño del vientre de la madre”, o bien para acelerar el parto cuando este se prolongaba demasiado, poniendo en riesgo la vida de la madre y del hijo.

Tras el parto, el recién nacido recibía su nombre y el padre solicitaba en el templo el horóscopo de su hijo, para saber si había nacido en un día fasto o nefasto y qué le deparaba, por tanto, el porvenir.

Dos hombres ayudan a una parturienta. Tumba de Ankhmahor

La infancia y crianza de los hijos:

Si bien los hijos varones eran en general más deseados que las niñas debido a que los primeros serían los encargados de sepultar a sus padres, en Egipto niños y niñas fueron criados y cuidados con el mismo amor por sus progenitores.

De igual manera se esperaba que los vástagos cuidaran de sus padres, especialmente al alcanzar la vejez, como vemos en el siguiente texto de las Instrucciones del escriba Any:

Duplica el pan que tu madre te ha dado. Ella se ha hecho cargo de ti y no te ha abandonado, cuando naciste, después de tus meses (de gestación). Ella te ha llevado en brazos, metiendo sus pezones en tu boca durante tres años. Aun siendo fuerte su asco por tus excrementos, no ha mostrado el menor disgusto.

A pesar de lo que nos diga el texto, las mujeres de la aristocracia y la realeza tenían nodrizas y niñeras para alimentar y cuidar a sus pequeños, mientras que las madres de las capas sociales inferiores sí alimentarían ellas mismas a sus hijos, que muchas veces las acompañaban mientras realizaban las tareas del hogar, como vemos en la imagen. 

Pero perteneciesen a un grupo social u otro, todo niño era una posible víctima de las fuerzas del mal, por lo cual sus madres les colgaban del cuello amuletos en forma de divinidades protectoras o de cilindros que contenían hechizos para alejar la muerte de sus pequeños. A pesar de ello, la tasa de mortalidad infantil fue siempre muy alta, especialmente en el momento en que se destetaba al niño, en torno a los tres o cuatro años.

Si conseguían sobrevivir, pasaban sus primeros años de vida junto a su madre. Cuando crecían, los varones empezaban a trabajar y a aprender el oficio de su padre, y las mujeres a atender las labores del hogar.

Los más privilegiados podían asistir a la escuela para aprender a leer y escribir.

Aborto, anticonceptivos e hijos ilegítimos

A pesar de que los hijos eran muy deseados en la sociedad egipcia, en algunas circunstancias se podía preferir retrasar o evitar el embarazo.

Para ello los egipcios contaban con varios métodos anticonceptivos. Además de practicar el sexo anal en lugar del vaginal, o prolongar la lactancia, los papiros médico-mágicos nos hablan de varios remedios para evitar quedarse encinta, que no siempre resultaban eficaces. Consistían en preparados de distintos ingredientes que se ponían dentro de la vagina. Según el Papiro Kahun estos se podían elaborar en base a miel mezclada con un poco de natrón (sal de carbonato). O bien a través del uso de excremento de cocodrilo y leche agria. También se usaba la resina de acacia, productora de ácido láctico, como espermicida.

Pero si esto no daba resultado, el último recurso era el aborto, para el cual el Papiro Ebers indica:

Sal del Bajo Egipto: 1 medida; trigo almidonero blanco: 1 medida; caña hembra (?) 1; vendar el bajo vientre con esto.

No obstante, hay que decir que el sexo prematrimonial no estaba condenado moralmente, ni tampoco el hecho de ser madre soltera, pues esto dejaba claro a un posible pretendiente que la mujer en cuestión era capaz de tener hijos.

Por tanto, no hay pruebas de la existencia del concepto “hijo ilegítimo”, ni de que se estigmatizara a un individuo por sus orígenes bastardos.

Madre peinando a su hija

*Artículo publicado originalmente en Egiptología 2.0 nº 3 (abril 2016).

Bibliografía:

-JACQ, Christian (2000): Las egipcias. Ed. Planeta. España, Barcelona.

-ROBINS, Gay (1996): Las mujeres en el antiguo Egipto. Ed. Akal. España, Madrid.

-PARRA, José Miguel (2015): La vida cotidiana en el antiguo Egipto. Ed. La esfera de los libros. España, Madrid.

        -(2001): La vida amorosa en el antiguo Egipto. Ed. Alderabán.             España, Madrid.

-CIMMINO, Franco (2002): Vida cotidiana de los egipcios. Ed. Edaf. España, Madrid.


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